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Por Aranzazú Ayala y Lucía Flores*
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2023 ha sido el año en el que el tema de las desapariciones de personas estalló ante la opinión pública en todo México: escándalos gubernamentales, movilizaciones cada vez más grandes y casos que han tenido difusión nacional han provocado que se hable de ello en todos los medios de comunicación.

Sin embargo, este terrible fenómeno no es nuevo y hay periodistas que lo han cubierto desde hace décadas, en tiempos de la guerra sucia, y ahora más reciente, cuando estalló la violencia en 2006. En los años de Felipe Calderón la violencia tomó por sorpresa a una generación de periodistas jóvenes, que no sabían de seguridad, organización, capacitación ni cómo cubrir éticamente, ni cómo acercarse a las víctimas y al dolor.

El estar frente a la búsqueda de las familias, entender, dimensionar y explicar toda la cadena de impunidad y el dolor era algo que nunca habíamos experimentado. En la calle se cubrían otras cosas, se sabía de la violencia, pero el preguntarle a una madre por su hija o hijo desaparecido sin revictimizar, sin hacer brotar la tristeza, es algo que muchas  descubrieron en la caravana del Movimiento Paz con Justicia y Dignidad.

Recorrer el país escuchando testimonios de cómo las familias habían dejado de saber del paradero de sus hijos se había convertido en el trabajo de todos los días, escuchar una y otra vez el audio de un testimonio para poder hacer una nota, esconder la mirada detrás de una cámara para retratar el dolor con la mayor dignidad posible era también algo a lo que se enfrentaron. Cubrir una caravana que recorrió el país y que incluso cruzó la frontera norte de México, replanteaba el cómo no ser indolente al dolor y al mismo tiempo  hacer el trabajo lo más respetuoso posible.

Esa primera generación tuvo que pararse ante a una realidad nueva y compleja que fue evolucionando: el aprendizaje fue atropellado y sobre la marcha. Esa generación empezó a construir redes para combatir el silencio ante la inseguridad, a darse cuenta de la importancia de capacitarse para hacer mejores coberturas, a buscar cursos, talleres, y a pensar en la siguiente generación que tendría que enfrentarse nuevamente a este horror cuando el gobierno cambió pero las cifras no disminuyeron. Porque el problema seguiría y apuntaba a que crecería.

La generación que cubre actualmente el fenómeno de las desapariciones llegó a las redacciones, portales web y televisoras ya con el problema instalado dentro de la realidad. Pese a ello las preguntas surgían de nuevo porque la realidad no había cambiado mucho, pero esa generación tendría un apoyo de quienes han cubierto el tema desde hace años. ¿Cómo hacer para cubrir esto y no sentir dolor? ¿Cómo dormir después de ver y escuchar la indolencia e impunidad del Estado? ¿Qué preguntar para no revictimizar a las familias?

A las preguntas se suma la importancia de la ética, cómo contar historias sin que se convierta en una explotación de dolor o un botín. Las y los periodistas hemos crecido y evolucionado junto con las familias buscadoras; de manera intuitiva hemos compartido un camino para fortalecer su trabajo, para ayudarnos y crear un megáfono más amplio que hable de las desapariciones, y sobre todo reflexionar conjuntamente cómo trabajar para verdaderamente abonar a la verdad y a la justicia.

Hace cinco años nació el proyecto A dónde van los desaparecidos, en el cual periodistas de distintas regiones del país reporteamos enfocándonos no sólo en la denuncia sino por la memoria, el acceso a la justicia y reparación del daño a través de notas, reportajes, columnas, fotorreportajes e investigaciones de largo aliento. Pero la red de construcción de cómo cubrir las desapariciones no queda sólo en el equipo que conforma el proyecto. El conocimiento, si no se comparte no sirve de nada: la socialización del cómo cubrir el tema ha llevado a organizar encuentros regionales para compartir los saberes, pero sobre todo las dudas en torno al tema y el ejercicio periodístico, pero muy probablemente esto quedaría incompleto sino se diera un acompañamiento emocional y de seguridad.

El problema no deja de avanzar y agravarse, haciendo que cada vez haya más periodistas locales, en proyectos independientes y pequeños cubriendo el tema, sin tener redes de apoyo. Por eso es importante el seguirnos acompañando, compartiendo y capacitando. Así como las familias buscadoras se unen y construyen redes, los periodistas también debemos seguir sumando esfuerzos y no dejarnos solos y solas ante una violencia que parece que no parará pronto.

Aranzazú Ayala y Lucía Flores son periodistas del medio A dónde van los desaparecidos, un portal especializado en cobertura de desapariciones en todo el país, con un colectivo y una red de periodistas locales que hacen coberturas conjuntas y comparten información y cuidados.

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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