Por Ivabelle Arroyo
Hay cosas que cuando terminan, apenas comienzan y ese es el caso de la batalla que libró Andrés Manuel López Obrador durante seis años para hacer a un lado los obstáculos a su visión de nación.
El problema es que los obstáculos no eran naturales. Ningún barranco se interponía en su carretera y ningún ciclón detuvo su tren. Lo que se interponía entre él y la realización completa de su voluntad era la mala costumbre de la gente, aquí y en todo el mundo, de pensar diferente y de proteger esa diferencia con un marco legal e instituciones.
Así, era una lata que hubiese periodistas preguntando por los montos que destinó Sedena a los viveros o al aeropuerto. Era una monserga que los jueces concedieran amparos para detener la voluntad presidencial en materia eléctrica. Y sobre todo, era molestisimo que, de vez en cuando (no siempre), los ministros detuvieran reformas constitucionales nada más porque no cumplían con lo que marca la ley.