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Por Ivabelle Arroyo

Yo misma caí en la trampa esta semana cuando me preguntaron cómo veía el escenario de la transición en México. Me descosí: que si el gabinete de Claudia Sheinbaum, que si la complementariedad de mensajes entre ella y el Presidente, que si el papel de portero de López Obrador ante temas complicados como la detención de El Mayo Zambada o la caída de la moneda o la elección en Venezuela. 

Sin percatarme, di por buena la idea de que vivimos una transición pues el concepto, masticado hasta la ignominia en la primera década de este siglo, está otra vez en boga. Los titulares de los diarios la usan, los comentaristas la usan y a fuerza de uso, estamos empezando a creer que existe. 

Y no. No tenemos transición de nada. Tenemos un presidente en funciones que va a entregar el poder a una de sus correligionarias, elegida en un proceso que ha sido legitimado y aceptado como legal. 

López Obrador es el presidente y ella lo será. Hoy no se estorban ni se opacan. No tiene sentido quejarnos de la preeminencia de la figura presidencial de él cuando él sigue siendo el único presidente que hay. Este no es un periodo de incertidumbre, al revés: se sabe que el habitante de Palacio ejercerá su poder hasta el último minuto y se sabe cómo lo hará: a través del megáfono y a través de la mayoría legislativa. Sheinbaum, por su parte, ha dicho hasta el cliché que habrá continuidad. Así pues, no estamos en un periodo de transición a nada. No hay cambio de régimen, ni de partido y quizá ni de personas. Este paréntesis no detiene la vida institucional ni el rumbo elegido por los así llamados transformadores. Este paréntesis no es un paréntesis ni hay confusión sobre qué le toca a quién. Claramente a él le toca hoy la bronca del Cártel de Sinaloa y claramente a ella le tocará en octubre la bronca con Estados Unidos, pero eso sí: con la misma gente, el mismo rumbo y, si el diablo se nos aparece, las mismas mañaneras. 

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@ivabelle_a

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