Por Ivabelle Arroyo
“No sean débiles, no sean estúpidos” escribió Donald Trump en redes sociales aludiendo a la caída de las bolsas. “Sean fuertes, sean valientes, sean pacientes”, continuó. El mensaje, destinado a los inversionistas parece más bien la arenga de un militar ante las tropas antes de entrar a batalla. Morirán unos cuantos, pero eso qué importa frente a la grandeza que puede obtenerse. Así Trump. De hecho, su comentario finaliza así: ¡”La grandeza será el resultado!” Lo menos que puedo hacer es enarcar la ceja. Lo menos.
Cuando Trump dice esto, no está dando un argumento económico. Está marcando territorio y usa los aranceles como muestra de fuerza, como si gobernar fuera una pelea de bar. No actúa como solucionador técnico, sino como macho que se muestra y refuerza los valores de la masculinidad dominante: la de la fuerza, la firmeza, el orden, la jerarquía, la valentía. Lo triste es que le funciona porque ese estilo conecta con una parte del electorado que se siente desplazada y quiere ver al jefe golpeando la mesa.
Para ese público, los aranceles no tienen que funcionar, tienen que imponer respeto. Y, en algún sentido, lo hacen. Mientras muestra los dientes, Trump está empujando hacia un nuevo orden político global. Ya no es solo comercio: es poder. Y sí, muchos países —incluyendo potencias— están recalculando su posición frente a Estados Unidos. Esa narrativa del líder fuerte gana terreno.
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