¿Han pasado una noche en vela, escudriñando el exterior de su casa a través de las cortinas? Escudriñando con miedo, con el terror instalado en la piel porque los pensamientos no cejan de decir que alguien va a entrar. Alguien con intención de hacerles daño. Que hay que estar alerta, despierta, porque no hay nadie más y en uno de los cuartos duerme una hija pequeña.
Eso le ha pasado a Carolina Gómez Aguiñaga, periodista mexicana cuya trayectoria se ha desarrollado en Puerto Vallarta, lugar hermoso pero complicado donde los haya: por el dinero, el turismo genial y el perverso, el crimen organizado y la pluralidad política.
Hace apenas unos meses, mientras todos le daban la espalda al juicio entablado contra el dueño del bar en el que asesinaron al exgobernador Aristóteles Sandoval, ella lo seguía con lupa, sin percatarse de que era la única que registraba en sus redes todo lo que se ventilaba en el juicio oral público. Exgobernador asesinado, empresario vallartense acusado, sospechas de crimen organizado o mafia inmobiliaria involucradas… ese era el coctel al que otros periodistas sólo se iban a meter diciendo: termina juicio, lo determinan culpable (o inocente). Pero ella no. Ella registraba el recuento de hechos del día del asesinato, los argumentos del empresario, las razones de la fiscalía. No se daba cuenta, otra vez, del riesgo que corría. Uno podría pensar que no es para tanto. Otros creemos que, por fortuna, ella está para contarlo.
¿Cómo llegó a ser la periodista que es?
Lo que es tener unos papás listos. Caro los tuvo y se le nota en la forma en que está moldeada: por ellos, por su entorno y por sí misma. Pero todo comenzó con sus padres y su actividad laboral: tenían un puesto de periódicos en un mercado. ¿Se imaginan? Caro vivía entre papeles, letras, revistas y diarios. Los devoraba. Leía los diarios locales Tribuna, Vallarta Opina y El Meridiano, entre otras muchas páginas y libros que le forjaron los intereses y la inteligencia que tiene.
A los 18 años ya estaba tocando la puerta de un periódico, para lo que fuera. Le dieron una silla como secretaria de la directora de publicidad en Tribuna de la Bahía, y desde su área ella estaba atenta a todo: mientras contestaba el teléfono observaba el trabajo de los que serían más tarde sus colegas. Se las arregló para estudiar Comunicación mientras trabajaba y empezó a reportear para la sección de sociales.
¿Quién iba a pensar que después de bodas y bautizos estaría metida entre policías y fiscales? Bueno, no, los que la conocían seguramente se lo imaginaron. Estuvo muy al tanto, de lejecitos, del caso de Thomas White, por ejemplo. White sacudió a Jalisco cuando se descubrió la red de abuso de menores que tenía en Puerto Vallarta. A Caro le impresionó el papel que podían tener los periodistas para dar voz a muchas personas que se acercaban a dar testimonio.
De sociales pasó a cubrir colonias y barrios. Iba a los pueblitos, platicaba con los presidentes de las colonias, iba a ver qué pasaba con pozos y esas cosas. Trabajo fuerte de calle, a pleno sol vallartense. Luego, toda la tarde en la redacción.
A los 21 años llegó su gran desafío: cubrir el ayuntamiento. Esa es el área más importante para los asuntos públicos en Vallarta, que a su vez es uno de los municipios más relevantes de Jalisco. Pero imagínense: 21 años. Una joven entre tiburones.
“Me decían: ‘ah, ya nos mandaron a la chiquilla del periódico’”, cuenta ahora entre risas Caro.
Y pues a darle con lo que hay. Y lo que había era capacidad de trabajo y rigor en la investigación. Trabajaba más que los demás, investigaba más que nadie, era más seria en su desempeño que ninguno. Así se ganó su lugar y así comenzó a entrevistar a políticos y comandantes. Le tocaron las alternancias, cubrió al PRI gobernante, al PAN gobernante, al PRI de regreso y a los recién llegados MC y Morena como partidos de poder.
Y así también empezó a sortear peligros y amenazas.
“Llegan siempre a través de alguien conocido, alguien cercano, alguien en quien confías y que se acerca con el mensaje: ‘oye, ya me dijeron que le pares’”, narra Caro.
Ella se considera a sí misma prudente. Otros periodistas con quienes charlé la consideran valiente. Me dicen que cuando nadie quiere averiguar algo, por miedo a los criminales de Vallarta, ella siempre la tiene.
Sin embargo, Caro se considera prudente. No sólo eso. Sí que tiene miedo a “la maña”, como le dicen al crimen organizado en el puerto.
El contenido de las amenazas, peligros que la han rodeado o personas que ha molestado no formaron parte de la conversación. Accedió a contarnos un par de anécdotas que reflejan la manera en la que los periodistas, a veces incluso sin querer, pisan callos que ponen en riesgo su integridad.
Una de ellas fue una inofensiva entrevista al fiscal del Estado de Jalisco, quien mencionó a un comandante. Con eso bastó para que recibiera advertencias. En otra ocasión, era una aparentemente inofensiva nota sobre robo de vehículos. Un comandante la puso sobre aviso. Nos cuenta otra anécdota, no de ella, sino de un colega de la ciudad, que ni siquiera estaba investigando nada. “Revolcó una nota nacional y lo levantaron varias horas”, dice Caro. “Revolcar” es la jerga que usamos en periodismo para decir que se copia una nota de otro diario con algún enfoque nuevo. Revolcó una nota y así le fue.
“Hay que tener criterio”, insiste Caro. No fue consciente o no le dio la debida importancia al hecho de que era la única haciendo el registro del juicio por el asesinato de Aristóteles, porque, en general, la mejor forma de cuidarse, dice, es evitando las exclusivas. Si ella tiene información, la comparte para que todos los periodistas posibles la tengan y la publiquen. Eso genera un escudo de protección y ella quiere seguir haciendo lo que hace, con cuidado. Con criterio.
“Hay que tener criterio, yo quiero ver crecer a mi hija”, me dice.
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