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Hay conservadores en la UNAM, se llenó de neoliberales, dice el Presidente, y muchos universitarios se ofenden y responden  que no, que de ahí salió Claudia Sheinbaum, que siempre apoyaron a Andrés Manuel López Obrador, que el CCH de izquierda fue importantísimo en los procesos de democratización del país. Ya casi casi nos dicen que además le tiraron un huevo a Diego Fernández de Cevallos y que la izquierda ha revitalizado el auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía.

Yo también soy egresada de la UNAM y jamás defendería mi formación aludiendo a Sheinbaum, al presidente, al CCH o al huevazo. Tampoco lo haría aludiendo al anarquismo o al feminismo o a las chicas que en mi facultad defendían la virginidad como si estudiaran en el sagrario.

No, si algo me dio la UNAM fue la convivencia, no el valor de una sola corriente de pensamiento. Mis profesores trotskistas (bueno, uno) me enseñó a dialogar con los priistas, mis tutores sesentayocheros (bueno, uno) me enseñó a desconfiar de los movimientos, mis lecturas (muchísimas) me llevaron hacia Marx, pero también hacia Ciorán y Nietzsche; leí a Keynes y a Adam Smith.

Mi facultad, la de Ciencias Políticas y Sociales, tenía más profesores de izquierda. Muchos más. Creo que en toda mi carrera de Ciencia Política (93-97) me topé con tres que no lo eran, pero porque eran nihilistas, no conservadores. Los jóvenes estábamos más entusiasmados con el zapatismo que con el salinismo, y, por supuesto, ningún salinista se habría atrevido a boicotear las clases de Adolfo Gilly (lo siento, pero eran muy malas, se boicoteaban solas).  La UNAM como institución y algunos de los profesores más sólidos se esforzaban por inocularnos la duda y el pensamiento crítico, pero, ¿saben qué? A la mayoría de los estudiantes no les gustaba. Desde entonces era pecado decir que leíamos a Héctor Aguilar Camín o Enrique Krauze. Así es, desde entonces. Un chico me despreció cuando vio Morir en el Golfo en mi bolsa, aunque luego se impresionó mucho al ver que estaba al lado de uno de G.K. Chesterton. Así era la facultad. Así era yo también: le negué el saludo de mano a un distinguido intelectual priista de la época y me fui a ver cómo abanicaban otros estudiantes al subcomandante Marcos en Chiapas. La facultad era el paraíso de alguien como López Obrador.

¿Y saben qué pasó con esa facultad? Perdió su lugar relativo. Nunca lo perderá del todo, porque es la UNAM y siempre habrá prófugos, críticos, inteligentes y científicos en todo el espectro ideológico, pero los profesores dejaron de ser interlocutores válidos en la discusión pública, la huelga se instaló en sus salones y la facultad se atascó como pivote en la historia. Sí, en la Facultad de Ciencias Políticas no hay neoliberales. Ni conservadores. Dejó de tener priistas y panistas, y sólo se vendía La Jornada en la explanada. En la facultad, que no en la UNAM, no se podía fortalecer el pensamiento de izquierda porque prácticamente dejó de tener adversarios. El pensamiento de izquierda sobrevivió, pero entelarañado.

Me dicen que hay mejores condiciones hoy en la facultad que entre 1994 y 2014. Espero que sea así y que esas mejores condiciones no sólo incluyan el compromiso de los profesores con sus clases, sino la pluralidad de pensamiento. ¿Llegaron neoliberales? ¡Ojalá! Así podrá haber debate y, por lo tanto, crecimiento. ¿Llegaron anarcocapitalistas? ¡Qué bueno! Hay que argumentar contra sus postulados con la razón. ¿Llegaron feministas, religiosos, maoístas y prochinos? ¡Genial! A pensar se ha dicho. Lo que no puede ser es que todos lean lo mismo y piensen igual.

La UNAM no necesita que la defiendan. Estaba aquí antes y estará después de Lopez Obrador, de los neoliberales y los populistas. A veces más abollada, a veces más lúcida, pero ahí andará. Lo que sí necesita defenderse es la libertad de pensamiento en la educación, tanto en la Universidad Nacional como en la educación básica y en las instituciones científicas, pues están bajo acoso.


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