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Por Ivabelle Arroyo

No fui a la marcha por la democracia que se convocó en distintas ciudades del país para protestar por la reforma electoral. El destino hizo que me cruzase unos días antes con el flagelo del virus de la influenza,  así que mis ojos hundidos, mi tos de perro, mi cuerpo deshidratado, mis muchos kleenex sucios y mi agotamiento general se confabularon para mantenerme en casa, aislada y a la sombra.

Desde la incomodidad de mi constipación seguí el curso de la marcha a distancia. Grupo Reforma tenía un reportero en las inmediaciones del Monumento a la Revolución, filmando el paso de manifestantes y preguntando de vez en cuándo por los motivos de la marcha. MVS también tenía una cámara en vivo. Perdían la señal con frecuencia y otros medios reportaban por escrito lo que se veía. Los asistentes en decenas de ciudades subían fotos festivas de sus contingentes, videos para registrar sus consignas (“¡A eso vine, a defender al INE”!)

Pero lo que me llamó la atención fue el trabajo en redes contra las marchas. No me refiero a bots o trabajos orquestados desde el poder, sino al seguimiento que algunos dieron a la marcha desde una perspectiva de menosprecio a lo que parecía un tipo uniforme de manifestante: clase media privilegiada.

Topé con dos seguimientos en vivo que iban con lente parcial: uno de ellos era una reportera que ponía atención en la vestimenta (“¡Pero miren, esa mujer va con tacones, no sabe marchar!”) y que buscaba por todos lados a Claudio X. González (“No, no lo veo por ningún lado, mandó a la gente a marchar y él no vino. Qué cómodo”). Tenía una visión parcial y se reía de sus entrevistados, pero hacía su trabajo: reportaba las calles que se iban llenando, el tipo de vendedores que había, las consignas que se gritaban. Su actitud era festiva. Lo estaba disfrutando. Sin embargo, su timeline estaba lleno de opositores a la marcha cuyos mensajes, que ella leía mientras caminaba, destilaban enojo, agresión, burlas ofensivas, ataques verbales a la marcha, al INE, a Lorenzo Córdova.

Ella no provocó esas reacciones. Su trabajo se alimentó de ellas.

En Facebook encontré a otro crítico, un humorista talentoso que dirige el Deforma y hace sátiras sobre el sector llamado conservador. Este humorista, Poncho Gutiérrez, tiene un personaje relativamente nuevo llamado Mateo Iñaki, un joven petulante que representa a la clase alta ignorante con posturas sarcásticas como: “No importa si eres de izquierda o si eres inteligente, no permitamos que nos dividan, goooey”. Con ese personaje, Poncho anduvo un rato en vivo entre la marcha, provocando la risa y el alborozo entre sus seguidores.

Estereotipar a un sector es una buena herramienta para el humor y Poncho lo hace bien. Él no provoca la identidad excluyente. Su trabajo se nutre de ella. Como los chistes contra negros, contra mujeres, contra indígenas, contra pobres, contra gays, contra tartamudos, contra rusos, contra chinos, etc. El problema no son los chistes, ni reírse de ellos. Eso siempre aliviana. El humor, los cuestionamientos, las visiones opositoras a la marcha, las burlas incluso, no es lo peligroso. Todo ello forma parte del debate público. Lo mismo sucede al contrario: la burla de los antilopezobradoristas, la hostilidad hacia los  llamados chairos, son resultados, no causas. Ni Poncho ni la reportera ciudadana que seguí un rato producen el mal. Medran con la situación, pero no la provocan.

Quien genera el mal es el poder. A veces es un poder fáctico, a veces religioso, la mayoría de las veces político, pero es siempre desde ese poder desde donde se siembra la idea de que no hay muchos tipos de ciudadanos, sino sólo dos: los buenos y los malos. Los conservadores y los transformadores. Los amigos y los enemigos. Los tabasqueños y los regios. Los Iñakis y los otros.

Pero las marchas de ayer no fueron de Iñakis ni de señoras con tacón. Fueron de miles de personas que no se conocen y pueden tener ideas distintas sobre un chingo de cosas, incluso caerse mal, quizá hacerse trampa, tener diferentes problemas y prioridades, pero de pronto, por un par de horas, juntarse con una bandera.

Siempre pasa así en las marchas auténticas y en los movimientos, adentro de los partidos y hasta en la tienda de la esquina. No tenemos una sola identidad. En Morena hay proabortistas y antiabortistas. En el PAN hay ricos y pobres. En las marchas hay contingentes que le van a equipos distintos. Piensen en las marchas feministas, en las del desafuero, en las que se hacían en los 70 contra la violencia policial, en las que se organizaron contra Trump, en las que llenaron las calles por la desaparición de 43 normalistas. El mundo genera alianzas poliédricas.

El humor simplifica y caricaturiza y nos aliviana e incluso nos hace reflexionar, como es el caso. Pero no hay que olvidar que somos diferentes para todos los lados, no sólo conservadores y transformadores. Somos muchísimo más que dos bandos, pero al poder le gusta fomentar dos identidades excluyentes. Nos toca tenerlo presente. Los que marcharon no son todos amiguitos. Los que no marcharon no son todos adversarios. Y así.  

@ivabelle_a

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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