Por Jaina Pereyra
Desde que se acercaba la elección presidencial y la victoria de Claudia Sheinbaum parecía cada vez más segura, empezaron a proliferar eventos y pláticas en donde se preguntaban una y otra vez ¿quién es Claudia? Hoy, habiendo ya hecho anuncios sobre su gabinete y las primeras acciones legislativas que emprenderá, mucha gente sigue preguntándose quién es. ¿Cuándo, insisten, la soltará López Obrador? ¿Cuándo podrá ser ella?, no la hemos visto, no la deja asumir el control, repiten, y no entiendo, ¿qué les hace creer que a quien hemos visto por al menos 24 años no es ella? Me sorprende mucho que, a pesar de las muchas evidencias de realidad, sigan con esperanza de ver a alguien que nunca han visto en Claudia: una mujer de equilibrios, técnica y demócrata.
Claudia dice que la reforma al Poder Judicial va, con elección de ministros y jueces y muchos piensan: no, no se va a atrever.
Dice que su consejera jurídica será Ernestina Godoy, conocida por ser la Fiscal que tal vez con más motivación política ha usado la oficina a su cargo, y piensan que en la presidenta electa hay respeto a la disidencia.
Sheinbaum no ha dicho ni pío respecto a la ominosa voluntad de Morena de hacerse de una sobrerrepresentación legislativa del 16% y hay quien apuesta por una mesura autoimpuesta.
En su momento defendió la reforma eléctrica de López Obrador, el manejo de la pandemia e incluso persistió en que la impunidad en la Ciudad de México es cero y hay quien ve a una técnica.
Recicla perfiles que no hicieron nada valioso en este sexenio y se aplaude su solidez.
No entiendo. Tal vez porque no crecí en el entendimiento religioso del mundo y porque la vida me ha enseñado que, como decía lo único cercano a una deidad que reconozco: lo que se ve, no se pregunta.
Sabemos cosas de Claudia y siguen diciendo que no, que no tenemos idea. ¿Qué sabemos? Que es una mujer disciplinada, que pudo seguir el guión de su campaña al pie de la letra. Hubo un cambio dramático hasta en su forma de expresarse, que logró ser más natural y más presidencial (en el sentido clásico del término). Es una mujer que obedece a sus consultores, que confía en ellos, pero que se precia de haber gestionado el manejo de la pandemia en su propia laptop.
Es una mujer dispuesta a desviar recursos públicos masivamente para promocionarse y también, se ha hablado poco de esto, pero se confiesa por todos lados, para comprar votos. Es, entonces, una mujer que por lo menos cree que la causa (LA causa) merece torcer la ley.
Es una mujer que se mantuvo casada con Carlos Ímaz después del escándalo de corrupción y que sabemos que dejará pasar la inmensa corrupción documentada este sexenio. Es, por lo tanto, una mujer que puede convivir de cerca con la ilegalidad e, incluso, aprovecharse de ella.
Es una mujer dispuesta a mentir. Hay fotos de ella caminando junto a un diablito de cajas vacías en donde decía tener pruebas en contra de Felipe Calderón. La vimos repitiendo un lacónico “no es cierto” frente a acusaciones verdaderas en el debate, sabiendo que mentía.
Es una mujer que estuvo a favor del Plan C desde que AMLO lo propuso en 2018, que ha acompañado al presidente por lo menos por 24 años y que fue elegida como su seguidora más leal.
Cuando dicen que no se suicidaría, que no usaría el bono democrático para ensañarse contra el Poder Judicial, revelan que seguimos sin entender nada. Para quienes crecimos y nos formamos con el liberalismo democrático como guía, el suicidio sería la inestabilidad económica, la inestabilidad política, ser percibidos como autócratas, romper los acuerdos internacionales. Para quienes tienen en mente la construcción de un movimiento político que reforme para siempre la convivencia del país y el equilibrio de poderes, el suicidio se ve muy distinto, el suicidio sería sólo que ese movimiento se terminara o que su caudillo palideciera. Y, ojo, a mí me parece una aberración, pero no existe un parámetro que pueda decir que una ambición es más válida que otra. Tal vez ése es el aprendizaje que más me perturba de la reciente elección. Haber tenido que darme cuenta de que el sistema de valores democráticos está cuestionado y que, legítimo o no, un grupo político puede hacer campaña con la promesa y la intención de destruirlo.
¿Por qué creen que Claudia tendría que tomar la opción de la mesura, de la democracia, de la técnica? ¿Por qué se tendría que acercar a los valores del grupo que perdió? ¿Por qué, si ni el mandato popular le pidió eso, se lo pediría su conciencia?
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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