Por Jaina Pereyra
Es la tercera elección en la que me llega la invitación para ser funcionaria de casilla. En todas he aceptado entusiasta, pero apenas en ésta confirmaron mi nombramiento. Ese mismo día, me dieron dos libritos que debía estudiar. La capacitadora del INE me integró a un grupo de Whatsapp y nos felicitó por haber conformado la primera mesa directiva de casilla de la zona. En privado me había dicho que estaban teniendo muchos problemas para encontrar voluntarios. Me pareció rarísimo. ¿Por qué alguien no aceptaría ser funcionario de casilla?
Conforme se acercaba la elección, fuimos convocados a dos sesiones de entrenamiento y tomamos un curso de capacitación en línea, que tuvimos que acreditar. En la primera sesión, casi se me salen las lágrimas. Estoy consciente de lo cursi y apócrifo que suena, pero me pareció muy conmovedora la labor de las capacitadoras del INE y del IECM y la disposición de mis vecinos para dedicarle su fin de semana a aprender las labores de la democracia. La seriedad con la que hicieron su labor las funcionarias, la amabilidad en el trato, la paciencia ante las preguntas infinitas. Al mismo tiempo, el interés con el que mis vecinos habían leído el material, que llevaban subrayado y señalizado con post its para consulta rápida.
Fueron dos sesiones de varias horas en las que nos familiarizamos con el material de la casilla, armamos las urnas, revisamos cómo se contabilizaban los votos, planteamos toda suerte de posibles imprevistos y medimos el espacio en donde pondríamos el mobiliario pensando en la mejor disposición para garantizar la eficiencia en la votación.
Quedamos de vernos a las siete de la mañana del 2 de junio. Montamos las urnas, las mesas, contamos las boletas, revisamos el material, registramos la llegada de los observadores de partidos y, ocho en punto, abrimos la casilla para dejar pasar a quienes para entonces ya formaban una nutrida fila. El estrés es muy complicado de explicar. Por un lado, no hubo un solo minuto en que no tuviéramos que procesar votos. La fila no se interrumpió nunca. El tiempo de espera variaba entre los 15 y los 45 minutos. No había tiempo, ni instalaciones, ni para ir al baño. Desayuné un sándwich que pedí a las once y no volví a comer hasta las dos de la mañana que llegué a mi casa.
La presión de acelerar el paso de los votantes y de no equivocarnos en nada te mantiene alerta, pero te desgasta. Durante el día se construyó la complicidad. Hubo un momento en que yo leía el nombre de la credencial que me entregaban y los representantes de partido trataban de ganarme encontrándolo en la página de registro de la lista nominal. Sobra decir que arrasé con una aplastante victoria, mientras reíamos del lado de la ciudadanía y del otro. También fue muy lindo ver cómo los representantes de partidos convivían como si militaran bajo las mismas siglas. Una de ellas, llevó a un bebé de cuatro meses y a su hijo de seis años. Estoicos aguantaron la jornada completa, prácticamente sin quejas. Nos turnábamos para arrullarlo, entretenerlo y tranquilizarlo. Algunos vecinos nos agradecían nuestra labor. Muchos iban con sus hijos pequeños, a quienes les explicaban el proceso. Varios primeros votantes, cuyos padres querían documentar el histórico momento con el pecho henchido de orgullo.
Mi casilla era de conteo rápido, lo que nos obligaba a mandar resultados a la brevedad y bien verificados. 6:10 pm salió el último votante y nos dispusimos rápidamente a organizar el conteo. Desplegamos las boletas en mantas en el piso. El viento era una amenaza, así que pusimos bolsas de sopa de pasta que mi presidenta de casilla, experimentada funcionaria y trabajadora del INE por veinte años, llevaba por si acaso. Tenían que cuadrar el número de boletas que habíamos recibido, los votos emitidos y las boletas sobrantes. Cuadraban uno tras otro los bonches de papeles, hasta que nos atoramos en uno. Un voto en exceso, ¿para quién? Contamos, recontamos, contamos, recontamos y, mientras lo hacíamos, pensé en la maravilla de sistema en donde, entre todos, vigilamos para minimizar la probabilidad de las fallas. Imposible ponerse de acuerdo entre seis extraños, imposible convencer a los representantes, imposible esconder o sustituir boletas, imposible distraerse borrando o haciendo nada fuera de lo legal.
Veo con dolor que hoy se argumenta fraude por cosas que en mi propia casilla pasaron y corregimos, pero que estoy segura de que en otras casillas pasó desapercibido. No por falta de integridad, sino porque la labor es tan abrumadora que genera errores que creo que se corrigen en el agregado.
No sé si volveré a aceptar esta encomienda. Por lo pronto escribo estas líneas con la mano izquierda chorreada de tinta indeleble que se fue llenando de testimonios de voto. No me queda más que agradecer a todos mis conciudadanos que aceptaron la misión. Me siento contenta, orgullosa y satisfecha de nuestra labor. La democracia se construye entre todos y se defiende entre todos.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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