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El domingo pasado, en la segunda vuelta presidencial chilena ganó Gabriel Boric. No tengo los elementos para saber si es una buena o una mala noticia para Chile. No sé si atender algunos tuits que han rescatado de su TL en donde muestra afinidad con Maduro y con Fidel Castro o si concentrarme en que dijo que como izquierda tendrían que señalar las violaciones a los derechos humanos que suceden en ambos países. Realmente no sé nada de él, no le di seguimiento a su campaña ni a sus iniciativas como diputado. No tengo, pues, los elementos para anticipar su desempeño como presidente.

Lo que sí tengo claro es que tiene una imagen que fascinó a gente de derecha y de izquierda en México; gente a la que sigo en Twitter y cuyo frenesí por la victoria me deja perpleja. Vi muchos tuits de emoción genuina por la llegada de una “izquierda verdadera”. Gente de 30, 40, 50 años diciéndose esperanzada. Y pienso que esa es la gran condena de los países latinoamericanos. Haber hecho de la política un espectáculo de popularidad. Hablar desde las narrativas populares, populistas y a veces populosas. Concentrarnos en las etiquetas que se cuelga un candidato, pero no fijarnos en sus trayectorias. Confiar en la marca sin conocer el producto. Si se dice de izquierda es “bueno”, si se dice de derecha es “malo”. No hay asuntos en la agenda, sólo la superioridad moral de una narrativa.

En lo personal me cuesta trabajo la simplificación. De hecho, sigo sin entender realmente qué significa ser de izquierda o de derecha. Qué bien pensar que la desigualdad extrema es mala, pero qué mal pensar que debe regularse hasta homogeneizar a quienes necesitan cosas distintas. Qué bien que el Estado provea un piso parejo, pero qué mal pensar que el Estado debe decirnos cómo pensar y castigarnos si no lo hacemos. ¿El totalitarismo cubano es de izquierda o de derecha? Porque, qué bien la igualdad, pero qué necesaria también la libertad. ¿Es más importante la libertad para abortar que la de emprender? A mí en lo personal no me parece una decisión simple adscribirse a uno de los bandos sin posicionarnos sobre cada uno de los temas que abarcan.

Pero a la política la tratamos con cierta puerilidad: simplificamos los asuntos y romantizamos las narrativas. Confiamos en la etiqueta y no nos asomamos a los detalles. Tengo amigas muy queridas que votaron por AMLO porque los demás les parecían un horror. Votarían, de hecho, otra vez por Morena en el 2024 porque creen que Claudia será diferente. Es decir, no están contentas con AMLO, pero como es de izquierda es menos grave que los graves neoliberales. No lo justifican con indicadores, sino con identidades narrativas.

Tengo un querido amigo que me decía lo mismo de AMLO, que era el único que tenía buenas intenciones. Y supongamos que sí, que sus intenciones hayan sido buenas. ¿De qué sirven cuando los resultados son catastróficos?

Hace algunos años tuve la oportunidad de trabajar con Rafael Moreno Valle. Debo decir, con honestidad, que he conocido a pocas personas tan difíciles como él. Debo decir, también con honestidad, que los indicadores de educación y pobreza en Puebla mejoraron significativamente en su gobierno. En la grabación de un comercial para su informe visitamos el Hospital del Niño Poblano y me parece que pocos hospitales en México le competían en equipamiento e instalaciones. Francamente, no creo que la motivación de sus acciones de gobierno haya sido la generosidad, pero el resultado, considero, fue bueno para Puebla.

Por eso me cuesta trabajo procesar las reacciones a la victoria de Boric. ¿Quieren un candidato, un presidente o un amigo? ¿Saben algo de lo que ha hecho o infieren cómo será su gobierno a partir de que es un “líder estudiantil de izquierda”? Porque hay realidades que tenemos que aprender ya: la gestión de lo público no depende de buenas intenciones; importan sus resultados y los métodos para lograrlo; las y los buenos candidatos casi siempre son pésimos gobernantes. Pero en Latinoamérica somos muy sensibles a una pertenencia fantasiosa en la que si decimos que somos de izquierda somos gente decente y si decimos que somos de derecha somos unos monstruos. AMLO llegó diciendo ser de izquierda, pero él no es la de verdad, dicen. Nadie ha llegado asumiéndose de derecha, pero todos los neoliberales lo han sido. ¿Quién ha gobernado mejor para los más pobres?

No sé de dónde venga esta debilidad, pero lo que sí tengo claro es que mientras como colectivo sigamos votando por quien nos llena la fantasía, pero no nos responde en la realidad, seremos víctimas de que nos vendan candidatos como refrescos y que una vez que lleguen al poder nos defrauden. Sigo pensando que nadie elegiría a una pareja nada más porque le dijera “soy la mejor pareja que puedes tener. Confía en mí”. ¿Por qué, entonces, eligen así a sus candidatos?


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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