Por Jaina Pereyra
La reforma electoral de 2007 tuvo una única razón de ser: la derrota de Andrés Manuel López Obrador en la campaña presidencial. En su momento, el candidato y su campaña afirmaron que el involucramiento del presidente Vicente Fox y la campaña negativa habían sido determinantes en la victoria de Felipe Calderón. Uno de los resultados de esta reforma fue que, a partir de entonces, en campañas electorales, no se pueden “realizar expresiones que denigren a instituciones o a partidos o que calumnien a las personas”.
“Un peligro para México”, decían sus adversarios y López Obrador insistió en que eso generó inequidad en la contienda. Hoy lo escuchamos proferir no una, sino cientos de aseveraciones infundadas, que buscan hacer lo mismo de lo que se victimizó tanto: desequilibrar el piso de la competencia electoral.