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Escucho una voz menos beligerante que la que acostumbra entonar. Habla frente al Consejo de Seguridad de la ONU. No me desagrada lo que dice. Cita a Franklin D. Roosevelt cuando habla del derecho a una “vida libre de temores y miserias”.

Es duro con la ONU: “Nunca en la historia de esta organización se ha hecho algo realmente sustancial en beneficio de los pobres, pero nunca es tarde para hacer justicia”. Como diría su propia subalterna: no es falso, pero tampoco es cierto. Es, sin embargo, disruptivo.

Dice que el peor problema del país es la corrupción y abunda en sus diferentes dimensiones. Habla incluso de la corrupción moral. De pronto siento que estoy escuchando a un líder religioso. No me equivoco.

“Es corrupción el que tribunales castiguen a quienes no tienen con qué comprar su inocencia y protejan a potentados y a grandes corporaciones empresariales que roban al erario o no pagan impuestos”, dice el presidente López Obrador. Coincido. Mientras lo escucho pienso en Gertz Manero y en la inquina con la que ha perseguido a sus enemigos personales. Pienso en los 130 mil pobres que, según Intersecta, han entrado a la cárcel en este sexenio sin juicio de por medio, por cambios en la ley propuestos por el presidente que hoy habla de injusticia. Pienso también en Ricardo Salinas Pliego, evasor máximo de impuestos, quien ha multiplicado su enorme fortuna por asignaciones directas de este gobierno y sigue sin pagar sus deudas fiscales.

López Obrador habla de inequidad en la distribución de la vacuna y tiene razón. Pero no habla de los gobiernos que las han acumulado, sino de las farmacéuticas que las desarrollaron y las venden. No dice nada de que su gobierno compró una vacuna cuya fase tres sigue siendo un misterio. No dice que controvierte el mandato judicial de vacunar a las y los adolescentes ni de que, en su momento, rechazó dar prioridad en la vacunación a los médicos. Tampoco habla de que su vendetta personal contra las farmacéuticas ha generado la peor crisis de desabasto de medicamentos en la historia del país.

“Para vivir libres de temores, riesgos y violencia”, continúa mientras recuerdo que las cifras de homicidios dolosos están en el nivel más alto de la historia.

Habla mucho de la pobreza, de su lema de campaña, de que “optar por los pobres implica, adicionalmente, asumir que la paz es fruto de la justicia y que ningún país puede ser viable si persisten y se incrementan la marginación y la miseria”. Pienso en los 4 millones de mexicanos que no eran pobres el sexenio pasado y lo son ahora. Pienso en los programas sociales desmantelados y en cómo su política pública, mal diseñada, mal focalizada, sin reglas de operación, ha provocado esa pobreza.

En algunas partes del discurso se desliza el Presidente al que estamos acostumbrados. Dice que los apoyos deben entregarse directamente porque las organizaciones de la sociedad civil, sugiere, no son confiables.

“Sostenemos que la solución de fondo para vivir libres de temores, riesgos y violencia es acabar con el desempleo, favorecer la incorporación de los jóvenes al trabajo y al estudio, evitar la desintegración familiar, la descomposición social y la pérdida de valores culturales, morales y espirituales”. Dice esto y me acuerdo de su concepción de los valores culturales, morales y espirituales. Una familia en la que las abuelas cuidan a los niños y las mujeres a sus padres. La desintegración familiar también implica que las mujeres nos fuimos a trabajar. Ingratas. No habla de derechos ni de energías verdes ni de la pandemia, el riesgo más grande a la seguridad nacional que hemos vivido en nuestra vida.

Pienso que si no viviera en México, si no viera la realidad de lo que dice, creería que estoy escuchando a un hombre decente, a un buen presidente. Pienso que si no conociera los resultados de sus ocurrencias creería que están pensadas, justificadas y articuladas. Pienso que si no viviera en México no me alarmaría su idea de corrupción, tan concentrada en el dinero y tan complaciente con el uso faccioso de las instituciones del Estado para beneficio personal (acumular poder, también). Pienso en que mucha gente sólo escucha esta versión del país. Pienso que si fuera alguien así, embelesada con el discurso de la fraternidad y la compasión, igual y hubiera votado por López Obrador.


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