Por Jimena de Gortari
En México tendemos a defender las cosas más absurdas de la vida cotidiana y quizás por esto vivimos como afrenta que quienes nos visitan se atrevan a criticar cualquier aspecto de “nuestra patria”. A esta defensa férrea de - a mi parecer - un mal entendimiento del ser mexicano, se suma nuestra concepción de la vida urbana y lo que debemos soportar – sí, leen bien, soportar- al vivir en una ciudad. Este preámbulo viene a colación porque el grupo elegido - Frontera y Yahritza y su Esencia- para cantar en la fiesta mexicana del 15 de septiembre había dicho que la ciudad de México “no me gusta … porque se escuchan los carros y las sirenas”; también osaron meterse con la comida, “asunto-intocable”. Sus fans les criticaron, en el púlpito presidencial se pidió que se les perdonara pero cuando tocaron en la fiesta se hicieron presentes los silbidos.
Mientras reviso las notas y los comentarios sobre este tema, pienso que la ciudad de México es ruidosa y prácticamente cualquier persona que viene de otra lo nota. Es imposible que pasen desapercibidos el ruido del permanente frenado y arranque de quienes circulan en el tráfico de la ciudad, los cláxones del transporte público, la música a todo volumen que comparten los coches, el estruendo de las motocicletas, las trayectorias de los aviones en su aproximación al aeropuerto, las bocinas de los comerciantes – fijos o ambulantes -, las máquinas de las obras en construcción. Despertamos y nos dormimos con ruido, es muy probable que no lo notemos porque nos hemos habituado, pero, aunque esto haya sucedido, el impacto a nuestra salud es una realidad.