Por Jimena de Gortari
¿Te ha despertado el paso de un avión? ¿Has tenido que pausar una conversación por el paso de una motocicleta? ¿Te ha dolido la cabeza después de convivir con una obra en construcción? ¿Te ha desconcentrado el zumbido del cuarto de máquinas que se encuentra alojado en el patio detrás de tu oficina?
Todas estas fuentes sonoras están presentes en nuestra vida cotidiana, día y noche. Una sobre otra, discontinuas e irrumpiendo en las actividades que realizamos, incluso mientras dormimos. Cuando el sonido que se emite no es deseado y resulta desagradable aparece lo que denominamos como ruido. Una de las enormes complejidades que encierra este fenómeno es que se considera un asunto de apreciación. Así se considera como un sonido que no me gusta, algo que me molesta escuchar, lo que interrumpe lo que estoy haciendo. El ruido es un contaminante y su impacto en nuestro bienestar está relacionado con su intensidad (medida en decibeles (dB)) y el tiempo al que estamos expuestos a este.