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Escribo esta columna mientras escucho a la máquina que dispersa las hojas caídas, la cortadora de pasto y los motores de los coches acelerando para alcanzar el semáforo en verde. El ruido inunda cada día con mayor fuerza cada uno de nuestros espacios de vida y créanme cuando les digo que la está mermando de un modo silencioso, imperceptible y acumulativo. ¿Qué pasa con nuestro derecho humano a una vida saludable? ¿Con el disfrute de nuestra casa? ¿Con la necesidad básica de descanso?

En las últimas semanas he podido retomar los contactos con vecinos afectados por el ruido de sus colonias y como ya se preveía, ante la falta de políticas en la materia, este contaminante ha retomado su fuerza y, en consecuencia, su impacto negativo en el bienestar de las personas. En un primer momento hace ya unos meses las quejas eran en general por el alto volumen de música en los establecimientos mercantiles, la continuación de la fiesta en la calle cuando los locales cerraban y por la vibración que generaba en los patios de servicio la maquinaria de aire de dichos lugares. En los reencuentros de estos últimos días me he encontrado que además de estos, se han sumado nuevas fuentes acústicas como los altavoces con los que los músicos callejeros comparten su trabajo, la carga y descarga de mercancías en horas de la madrugada, los colectivos de motociclistas que han decidido imponer su poder en zonas habitacionales, los aviones sobrevolando por espacios en donde antes no eran percibidos, entre otras.

Los testimonios que me comparten son muy preocupantes porque además del insomnio se suman historias de vida de personas a las que el ruido les altera a tal grado que no pueden trabajar. A partir de la pandemia fuimos muchos quienes cohabitamos el espacio de vivienda con el del trabajo o de la escuela. Tuvimos unos primeros meses de adecuación en los que contribuyó el silencio forzado de una ciudad con actividad restringida. Ya se ha documentado profusamente lo que esto generó a nivel global. Sin embargo, ahora que ya llevamos algunos meses en una suerte de la llamada “nueva normalidad” el ruido aparece con mayor intensidad que antes y se le añade el que algunas de las personas continúan combinando el espacio de vivienda con el trabajo. Así un músico me cuenta que no puede dar su clase de piano sin ser interrumpido por el altavoz que anuncia tamales, la profesora que imparte clases de lengua en línea debe elevar la voz o repetir la misma instrucción después del paso del avión, la pintora me relata que el ruido nocturno de los establecimientos mercantiles de su barrio le impide descansar y que ha alcanzado tal nivel de angustia por la falta de horas de sueño que le es imposible realizar su oficio.

Hace años que venimos alertando sobre el segundo contaminante que afecta a las ciudades y sus implicaciones en la salud, también sobre su impacto en lo social y lo económico y desafortunadamente las autoridades siguen sin tomarlo en cuenta; no hay una legislación robusta y que además se fundamente en lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud, se desconoce por parte de la ciudadanía a quién acudir para denunciar las fuentes de ruido y cuando esta información se obtiene el trámite es tan tortuoso y lento que se desestima o se recibe la respuesta de que se trata de una fuente que no está regulada; parecería que las reacciones son las mismas siempre: acostúmbrese, hay otras prioridades, las obras en construcción siempre hacen ruido, tienen derecho a hacerlo porque están trabajando, sean considerados porque es su medio de subsistencia, es su forma de celebrar las fiestas…

En materia de ruido existe la necesidad de buscar un equilibrio, toda actividad humana puede ser ruidosa, todo sonido se puede transformar en uno molesto para quien lo percibe porque el componente subjetivo está presente en el receptor. Sin embargo, sí es posible controlar y contar con estrategias que lo mitiguen y se requiere de la voluntad política para hacerlo, mientras ustedes tomadores de decisiones se deciden a hacer algo los vecinos y colectivos seguiremos en esta lucha contra el ruido.

Sabemos que para ustedes la imagen lo es todo y lamentablemente es un tema invisible que no saldrá en la foto, pero si sería algo novedoso y lo más importante contribuiría a mejorar el bienestar de la ciudadanía y a cumplir con la salvaguarda del derecho humano a la salud y a un medio ambiente sano con el que todos deberíamos de contar, porque por ahora lo único que están ocasionando con su inacción es que el derecho al silencio y el derecho al descanso sea asequible sólo para quienes pueden pagarlo, pero de ello platicaremos en una siguiente columna.

@jimenadegortari

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