“Nadie previó lo que se avecinaba. A los pocos que sí lo hicieron, nadie les prestó atención. Nadie, hasta unos días antes, fue capaz de prever el vuelco que todas las cosas iban a sufrir de un día para otro, la escalada de los muertos, los hospitales desbordados, los ancianos muertos y abandonados durante varios días en las residencias, la ciudad entera como en estado de sitio, la amplitud soviética de las avenidas sin tráfico, el silencio solo interrumpido por los pájaros y por las ambulancias”. Muñoz Molina, A. 2021.
Considero oportuno hacer un corte, no estoy segura de si esto se debe a que empieza la segunda parte del año o es el inicio de mis vacaciones y ahora tengo el tiempo para detener el piloto automático y pensar en lo que han sido estos seis meses. Sin caer en un análisis muy profundo pensaría que ha sido un período turbulento, con una velocidad de vértigo y con demasiadas cosas terribles ocurriendo a lo largo y ancho de todo el planeta.
El 2022 dio inicio con la “nueva normalidad”, esa que anhelábamos porque significaba trasladar –después de dos años– nuestras actividades a los lugares hechos para tal fin, esos espacios a los que habíamos empezado a retornar a mediados del año pasado y que para muchos estuvieron bajo llave durante casi veinticuatro meses.
En 2021 volvimos, pero no con la misma frecuencia, combinando el teletrabajo, las clases en línea y aún temerosos de ser contagiados por este virus asolador. Sin embargo, este año ha sido el de retomar los edificios y las calles sin tener mucha idea de los cómos, mojando las suelas de los zapatos en tapetes indescifrables que aparentemente sólo sirven para enriquecer a sus fabricantes. La toma de temperatura, el uso de cubrebocas y la aplicación del gel era una decisión de cada establecimiento. Sin duda también ha sido el tiempo de padecer los traslados y el caos de la ciudad, el de apresurar la mañana para cumplir con los horarios y sacar el polvo del calzado no deportivo para ir a las juntas.
Creo que el levantamiento de medidas de control nos brindó cierta euforia porque los espacios están hechos para que les demos vida con nuestras actividades, porque había una emoción grande en volver a encontrarse con la gente, porque era urgente que las infancias recuperaran ese espacio personal que les puede significar ir a la escuela. En un inicio recuerdo que no se escuchaban los cláxones frenéticos de los lunes o de la salida de las oficinas alrededor de las 18 horas, cada noche empezaban a incorporarse nuevos vecinos a las celebraciones por poderse reencontrar, se escuchaba música y voces alegres. Así cumplíamos con el carpetazo que se le dio a la pandemia en nuestra ciudad y retomábamos parte de nuestra cotidianeidad.
Sin duda esto no ha sido igual para quienes me leen y creo importante hacer las lecturas y la memoria de lo que ha pasado porque en este momento me siento agotada y reconociendo que nada ha cambiado y que me parece además que todo está peor que cuando inició la pandemia. Sé que no doy motivos para la esperanza pero considero que no aprendimos nada y parecemos estar otra vez en una crisis que en lugar de sacar lo mejor de cada persona, produce irritación, hartazgo y frustración que no nos permiten avanzar lo suficiente.
En esta nueva normalidad tenemos hábitos inéditos como el llenado cada mañana del formato de corresponsabilidad para tener acceso a la escuela o al centro de trabajo, el uso del cubrebocas y el frotarse con gel con cierta periodicidad pero, ¿lo demás?
Fue volver a ver que la crisis no fue, como suponen algunos, una oportunidad de mejoría en el estado de las cosas; no hay respuestas frente a los grandes problemas que enfrentamos, la inflación, el tratamiento de los feminicidios, el acoso a la comunidad científica, la corrupción, la inseguridad, los migrantes, las mentiras cotidianas y las obras y programas populistas e inservibles. Para ninguno de estos problemas parece haber estrategias concretas, sólo se repiten y se niegan hasta el cansancio para que ¿olvidemos? ¿normalicemos? La crisis económica es palpable para cualquier persona y no hablo del precio del aguacate o en su momento del que tuvo el limón, El maestro Héctor Iván del Toro Ríos, profesor investigador del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas (CUCEA) de la UdeG, informó que para adquirir los 123 productos de la canasta básica se tienen que destinar 11 mil 529 pesos.
En una canasta básica indispensable de una familia de cuatro miembros (30 productos), que además incluye elementos como gel antibacterial y cuestiones de aseo personal y del hogar, el precio alcanza 10 mil 576 pesos. Si a eso le agregamos servicios como el pago de la luz, agua, teléfono y renta, se necesitarían alrededor de 22 mil 182 pesos para tener todas estas condiciones de forma mensual, detalló.
Vivimos una era de gatopardismo en donde la única estrategia parece hacer como que nada pasó y retomar la vida en donde quedó pausada. Mientras nos sacudimos recomiendo ampliamente leer a Muñoz Molina que hace un relato impecable de esos primeros meses y esta vuelta de la que ahora escribo. Seguramente como yo encontrarán semejanza con lo vivido, con lo que ahora viven y con lo que no parece tener un tiempo preciso. Espero que con su lectura podamos entender a dónde volvemos y en dónde estuvimos.
@jimenadegortari
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