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Por Juana Ramírez

Las vacunas previenen entre 3.5 y 5 millones de muertes cada año en todo el mundo y sin embargo hay quienes aún no creen en los beneficios de la vacunación. Lo preocupante es que los grupos antivacunas han ayudado a que enfermedades prácticamente erradicadas, como difteria, polio, sarampión y rubéola, estén resurgiendo.

Las vacunas han sido parte fundamental de las estrategias de prevención de enfermedades transmisibles. Hasta hoy, pocas intervenciones en salud han sido tan exitosas para controlar, mitigar, erradicar o reducir el impacto de las enfermedades infectocontagiosas, así como sus índices de mortalidad. Sin embargo, en los últimos años, los grupos antivacunas han crecido en todo el mundo oponiéndose a las políticas de inmunización de los países. Paradójicamente, estas personas que se oponen, en buena parte fueron beneficiarias de los programas de vacunación infantil. Juzguen ustedes. 

Y si los argumentos sobre el impacto de la vacunación en el aumento de la expectativa y de la calidad de vida de millones de personas no convencen a los gobernantes, están los datos económicos: porque las vacunas han permitido ahorros significativos en el gasto en salud de las naciones. De hecho, en un estudio financiado por la Organización Mundial de la Salud y la Fundación Bill y Melinda Gates, se pudo comprobar que por cada dólar invertido en programas de inmunización, se ahorran 52 dólares en costos sanitarios, especialmente en países de bajos y medianos ingresos.

Pero entonces ¿de dónde sacaron esa idea de oponerse a las vacunas? argumentos hay muchos y de todo tipo, por supuesto sin sustento científico. Desde las ideas conspiracionistas que aseguran que las vacunas contienen microchips instalados para espiar nuestras vidas -demasiada ciencia ficción-, los que se amparan en un supuesto contenido de sustancias tóxicas y peligrosas para la salud, hasta los que se sustentan en la publicación en 1998 de un estudio con doce niños que mostraba la supuesta asociación de las vacunas, específicamente la triple vírica (sarampión, paperas y rubéola) con el autismo. No obstante, dicha investigación y su autor fueron desmentidos y acusados de distorsión de los datos, teniendo que publicar posteriormente un artículo en el que se retractaban de sus afirmaciones. Además, al menos una docena de estudios a gran escala demuestran de manera concluyente que no hay ninguna asociación entre dicha vacuna y el autismo.  

Lo cierto es que las vacunas son eficaces y su desarrollo, producción, aplicación y monitoreo están diseñados para garantizar la máxima seguridad posible. Los riesgos de efectos secundarios existen, pero son mínimos en comparación con los beneficios de prevenir enfermedades graves y potencialmente mortales. 

En México, es un insospechado debate sobre las vacunas, habilmente politizado durante la pandemia de Covid-19 y sostenido hasta el final de este catastrófico sexenio en materia de vacunación, para justificar el indefendible desabasto de vacunas, se puso irresponsablemente en entredicho si los niños debían ser o no vacunados, si al personal del sector salud debería dársele prioridad -como ocurre en todo el mundo- e incluso han entrado en el tramposo discurso nacionalista de afirmar que el país debe ser soberano en la producción de vacunas y que la industria farmaceútica se opone a ello. Como resultado de esto y del subejercicio presupuestal en la compra de vacunas hoy estamos frente a una lamentable estadística: apenas 3 de cada 10 niños tienen su esquema de vacunación completo. Y aquí no existe excusa alguna en gobiernos anteriores, porque hasta 2018 México contaba con uno de los mejores sistemas de vacunación del mundo, con una cartilla de 17 vacunas y un proceso muy eficiente de inmunización que lograba en pocas semanas llegar a las poblaciones objetivo de la vacunación.

Pensando en el futuro -y en el cambio del sexenio- ¿Cuáles son todas las vacunas y las etapas de la vida en la que deben aplicarse?

Aunque la vacunación es una estrategia del sector salud tradicionalmente asociada a la infancia, en la actualidad el enfoque de vacunación a lo largo de la vida está impulsando a los programas nacionales para incluir a personas de todas las edades en sus estrategias, priorizando ciertas vacunas de acuerdo con el riesgo. 

De acuerdo con el Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC), las vacunas que deben aplicarse a niños y adolescentes hasta los 18 años son: hepatitis B, rotavirus, difteria, tétanos y tosferina, virus sincitial respiratorio, haemophilus influenza tipo B, neumococo, poliovirus inactivada, covid19, influenza, sarampión, rubeola y paperas, varicela, hepatitis A, virus de papiloma humano, meningococo, dengue y viruela símica (en regiones de riesgo). (véase Esquema de vacunacion de la CDC 2024). En los adultos, además de la vacuna anual contra influenza, virus sincitial respiratorio y covid19, varicela, rubeola y paperas, herpes zóster, VPH, neumococo, meningococo, hepatitis A y hepatitis B. En todos los casos las dosis y refuerzos dependen de la edad, así que lo mejor es consultar con los médicos.

El presidente López Obrador, afirmó en una de sus mañaneras, refiriéndose a la pandemia que seguiría las recomendaciones de los especialistas en la materia y al parecer eso hizo, el problema fueron los especialistas a los que decidió escuchar: quién hubiera pensado que el Dr. Hugo López-Gatell, un epidemiólogo formado en la prestigiosa universidad Johns Hopkins terminara olvidando la ciencia, para defender la “fuerza moral vs la fuerza de contagio” y su Secretario de Salud, el Dr. Jorge Alcocer, se opusiera a vacunar a los niños contra covid-19 porque “no estaba demostrada su eficacia” afirmando que incluso el mismo no vacunaría a sus nietos porque el sistema inmunológico de los niños es una maravilla que aprende solo a defenderse contra las enfermedades (de este personaje hablaré en mi siguiente columna). Sin duda AMLO cumplió, les hizo caso, seguramente sin calcular que con ello se convertiría en el presidente antivacunas mexicano.

La vacunación es una herramienta indispensable para proteger a la población y en materia de salud, es importante fundamentar nuestras decisiones en información precisa y basada en evidencia científica. Esperemos un cambio.

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