Por Juana Ramírez
Sí, ya sé que eso de la edad es cada vez más subjetivo, pero no sólo seguirá siendo la forma en la que medimos nuestra existencia; además, los años determinan los cambios que el organismo va experimentando irremediablemente, y en condiciones y contextos similares las variaciones entre unos y otros tan solo se reducen a unos cuantos años de diferencia.
A partir de los treinta años, mujeres y hombres experimentan una reducción de sus niveles hormonales y, con ellos, el deseo y la frecuencia de la actividad sexual puede cambiar progresivamente. En las mujeres, la menopausia trae consigo cambios hormonales significativos, especialmente la disminución de estrógenos, lo que puede afectar la lubricación vaginal, causar sequedad y molestias durante el sexo, además de reducir el deseo sexual. En hombres, los niveles de testosterona disminuyen gradualmente, lo que puede llevar a una menor libido, dificultades para mantener erecciones y una reducción en la energía sexual. Sin embargo, no todos experimentamos estos cambios de la misma manera, y muchos pueden seguir teniendo una vida sexual satisfactoria.
Sabemos que la sexualidad depende también de diversos factores como el estado de salud, las características de las relaciones de pareja, la educación y la cultura. Sin embargo, algunos estudios estiman que entre el 25 y el 30% de las personas mayores de 50 años reportan una disminución en la frecuencia de actividad sexual o dejan de tener sexo por completo. De hecho, uno de los motivos de consulta más comunes en terapia de pareja es la ausencia de relaciones sexuales, y socialmente está incluso normalizado que después de los 60 años las parejas ya no tengan sexo.
Y por sexo, me refiero no solo al acto coital o de estimulación genital, sino a su más amplia manifestación de erotismo, sensualidad y deseo, cualquiera que sea su manera de expresarlo.
Se ha dicho mucho sobre los beneficios del sexo: mejora la salud cardiovascular, fortalece el sistema inmunológico, estimula la producción de colágeno mejorando el aspecto de la piel, alivia dolores musculares y articulares, fortalece los músculos del suelo pélvico, favorece la calidad del sueño, en hombres reduce el riesgo de desarrollar cáncer de próstata, quema calorías, alivia el estrés, mejora el estado de ánimo y la autoestima. Nada que no pueda lograrse también de otras maneras, excepto tal vez el impacto sobre la conexión e intimidad cuando se tiene una pareja estable.
También hay quienes, por razones religiosas, sociales, ideológicas o simplemente por pérdida de interés, han decidido no tener sexo sin que se haya demostrado que esto tiene algún tipo de impacto negativo sobre la salud. Por el contrario, un estudio de la Universidad de Harvard demostró que la frecuencia cardíaca, presión arterial e intensidad percibida del esfuerzo durante una relación sexual representa tan sólo un 50% de lo que podemos lograr en la caminadora. En esta investigación, los científicos concluyeron que, si un hombre puede subir dos o tres tramos de escaleras sin dificultad, debe estar en forma para el sexo, ya que la frecuencia cardíaca durante los encuentros sexuales raramente superó los 130 latidos por minuto.
Una publicación científica reciente en Estados Unidos sugiere una disminución de las prácticas sexuales en todos los grupos de edad. Sus autoras, las doctoras Debby Herbenick y Tsung-Chieh Fu, ambas investigadoras del Centro de Promoción de la Salud Sexual de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Indiana, advierten también que el número de personas que se identifican como asexuales aumentó. Reconocen que las causas son multifactoriales, pero expresan su preocupación por los hallazgos, basadas en los beneficios de la sexualidad y en el aislamiento generalizado como parte de sus efectos. No obstante, como lo comenté antes, no existe evidencia científica alguna que demuestre que existen consecuencias negativas para la salud derivadas de la ausencia de relaciones sexuales.
Dicho todo lo anterior, para una buena parte de los adultos, la sexualidad y las relaciones románticas siguen siendo parte integral de sus necesidades físicas y emocionales, y la disminución de los encuentros sexuales inquieta. Pero si el sexo es una buena fuente de placer, endorfinas y autoestima, entonces ¿cuál es el problema?
Hablar sobre el sexo después de los 50 implica explorar una compleja interacción de factores culturales, hormonales, psicológicos y sociales. A medida que las personas envejecen, se enfrentan a diversos cambios fisiológicos que pueden afectar su vida sexual, pero también influyen aspectos como el estrés, la idealización del sexo en los medios y la cosificación del cuerpo. Las expectativas construidas a lo largo de la vida inciden importantemente en la interpretación que el sexo y las relaciones humanas tienen en esta etapa de la vida.
La sociedad tiene una actitud ambivalente hacia el envejecimiento, particularmente en lo que respecta a la sexualidad. Mientras que la juventud y la atracción física a menudo se celebran en los medios y la cultura popular, las personas mayores pueden ser invisibilizadas sexualmente, lo que afecta cómo se perciben a sí mismos y cómo los demás los perciben. El choque con la cultura anti-edad mal entendida justifica intervenciones que, más que promover un envejecimiento saludable y digno, buscan soluciones donde la “eterna juventud” se logra a través de cirugías o intervenciones invasivas con resultados catastróficos.
La frecuencia de las relaciones sexuales puede disminuir con la edad, pero esto no necesariamente refleja una falta de interés en el sexo. En muchas ocasiones, se reemplaza por una sexualidad más enfocada en la intimidad y la conexión emocional que en la actividad física.
*Juana Ramírez es una destacada líder de opinión en el sector salud en México y América Latina. Es presidenta y fundadora de Grupo SOHIN, una health tech enfocada en enfermedades de alta especialidad y el diagnóstico genético. Presidenta de la ASEM Asociación de Emprendedores de México, consejera independiente y conferencista.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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