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Por Karen Alejandra del Valle Amezcua

Este año decidí no marchar el 8M. Desde años anteriores, tengo la sensación de que la marcha se ha mercantilizado. Estoy segura de que es cierto, y aunque no por eso debemos dejar de salir a marchar, este año me invité a reflexionar por qué tomé esta decisión, que a decir verdad me dolió. 

 

La mercantilización de la protesta social no es un fenómeno nuevo, sabemos que, el capitalismo es capaz de absorber todo y volverlo en su beneficio. Estoy tratando de pensar mucho en este asunto, en el por qué tantas amigas que trabajan temas de igualdad de género tampoco quieren salir a marchar. Para curar esto que se siente como culpa, he identificado algunos elementos que me molestan de la mercantilización de la protesta.

 

En primer lugar, algunas marcas han adoptado mensajes de empoderamiento y feminismo en sus campañas publicitarias, crean productos que abarcan ropa, cosméticos, y más cosas, aprovechando el atractivo del movimiento para aumentar sus ventas. Esto comienza a ser muy molesto cuando estas marcas se enriquecen de las causas que buscan justicia sin que tengan planes de redistribución de las ganancias o atención a las causas con dinero para las víctimas de violencia contra las mujeres.

 

La cosa está en que, cuando los intereses capitalistas comercializan con el 8 de marzo mediante la creación de productos, existe el riesgo de desviar la atención de las problemáticas que me parece son centrales del feminismo. No es un secreto que las personas que tienen más recursos suelen influir en la narrativa y en las metas de los movimientos. 

 

La mercantilización, bajo mi punto de vista, termina por opacar a las organizaciones, víctimas y activistas que trabajan arduamente por la igualdad de género, ya que los productos de moda pueden no representar las realidades y demandas de las mujeres en mayor situación de vulnerabilidad, que son las frecuentemente olvidadas en estos productos.  En este sentido, algunas de las narrativas y temas que a menudo reciben más atención en comparación con las problemáticas que enfrentan las mujeres en situaciones de mayor vulnerabilidad incluyen:

 

  1. Empoderamiento y liderazgo, esto suele no considerar las necesidades de aquellas que enfrentan obstáculos significativos para su participación, como las mujeres en situación de pobreza o las que viven en comunidades marginalizadas.
  2. Cuotas y representación, por supuesto que la representación en la política y en el ámbito empresarial es importante; sin embargo, a menudo las cuotas y la inclusión de mujeres en altos cargos deja de lado a muchas otras que no tienen las mismas oportunidades educativas o laborales y que luchan por sobrevivir en contextos de violencia y desigualdad.
  3. Igualdad salarial, completamente importante y significativo, pero lo cierto es que suele presentarse desde la perspectiva de las mujeres en sectores privilegiados o en posiciones de alto poder, sin abordar los problemas laborales de las mujeres en la economía informal, donde muchas carecen de derechos laborales y condiciones dignas de trabajo.

 

La visibilidad de estas narrativas tienen que ver también con la visibilidad mediática, como lo son las influencers. Esto suele provocar que las historias y las figuras destacadas sean aquellas con un mayor capital social y mediático, lo que puede llevar a que se pase por alto a las activistas y víctimas menos visibilizadas; ejemplo de ello son las historias de mujeres indígenas, afrodescendientes, migrantes o en contextos de pobreza.

 

Ahora, la idea de que se puede apoyar una causa comprando un producto promueve una cultura del "activismo de consumo" donde la acción social se reduce a transacciones. Esto insisto, es negativo en la medida que se pierde conexión con las experiencias y luchas de las mujeres que se encuentran en mayor situación de vulnerabilidad. Además, creo que el activismo de consumo puede llevar a que las personas se sientan satisfechas con su "apoyo" a una causa a través de compras, creando un falso sentido de progreso sin un cambio real en las estructuras patriarcales.

 

Peor aún puede ser que, quienes llegan a ese activismo a vender, una vez más, no son las víctimas que tienen necesidades más fuertes, así, las personas en áreas rurales o en economías menos favorecidas pueden tener dificultades para acceder a otras mujeres con mayor poder adquisitivo para vender sus productos.

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Sin duda la lucha feminista abarca una variedad de causas que reflejan la diversidad de experiencias y desafíos que enfrentan las mujeres en diferentes contextos, cada causa tiene su propia importancia y su impacto en nuestras vidas  y creo que reconocer el valor y la legitimidad de cada lucha dentro del feminismo es fundamental para construir un movimiento que sea inclusivo y efectivo; pero, no se puede pasar por alto la urgencia de las causas de las víctimas de violencia feminicida, desapariciones forzadas y violaciones sexuales. 

 

Estas causas no pueden quedar relegadas en el discurso del movimiento, mucho menos se debe dejar de escuchar a las víctimas. A través de la movilización, podemos exigir justicia y buscar políticas que protejan a las mujeres en todos los aspectos de sus vidas. Mientras marchamos por causas individuales, también es crucial encontrar puntos en común que unan todas las luchas. Ejemplo de esto puede ser buscar el acceso a servicios de salud integral, el apoyo a las sobrevivientes de violencia, la promoción de la educación sobre derechos humanos y la autonomía económica. 

 

La igualdad y la justicia social no son un producto.  Este movimiento trasciende la superficialidad del activismo de consumo, se trata también de la transformación de las estructuras sociales, políticas y económicas que perpetúan la desigualdad y la violencia. Es fundamental que además de la marcha, estemos en un proceso continuo y colectivo de alzar la voz y comprometernos todos los días.


*Defensora de derechos humanos y especialista en Políticas Públicas y Justicia de Género. 

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