El transporte revienta de humores.
Entre la asfixia, esa mujer, esa, saca la mano imaginaria y mete el dolor en el fondo del estómago.
¿Cuántos ojos suplicantes le miraron?
¿Cuántas manos –depende del aire que pudieron absorber los pulmones– le estrecharon levemente para intentar comprender si quedaban horas o el calvario duraría?
“Aquí, en confianza, doctora, enfermera, nutrióloga, trabajadora social, aquí, en confianza, dígame si la diarrea cesará, si podré ver, si volveré a tener pelo.
Aquí en confianza dígame por qué me cortaron el pie, por qué el tumor crece. Diga por qué mi esposo tiene sangre en las comisuras de la boca.
Dígame por qué me extrajeron el útero, por qué me practicaron cesárea: por qué no puedo tener hijos, por qué nació muerto mi hijo.
Dígame, doctora, si esto es la muerte. Se siente como la muerte”.
Los demás pasajeros andan. Se van al fondo del vagón, vienen del fondo del vagón: la aplastan, la descolocan; miran su uniforme, o la bata o la cofia.
Ella les devuelve la mirada y a los ojos: sabe sostenerse, pero no puede emitir palabra.
El dolor –que a veces tiene notas a agua estancada– la tiene con náusea.
“Doctora, enfermera, venga, se ahoga alguien, arrollaron a alguien, balearon a alguien. ¿Qué hace? ¡Venga! ¿Qué no sabe usted salvar vidas?”.
Yo quería contar esta historia, pero no sabía qué nombre tenía y no sabía sabía el de ellas.
¿Cuál iba a ser la voz de las mujeres de la medicina mexicana? ¿La política de la salud?
¿O la de las verdaderas gestoras de la demanda de tiempo, servicios, camas, insumos, innovación, medicamentos en un país con 130 millones de personas?
Cardiólogas, oncólogas, dermatólogas, patólogas, enfermeras intensivistas nos compartieron su testimonio en los pasados dos años.
Me quebré la cabeza meses, meses, meses.
¿Qué tema privilegiar?
¿Comparativas entre hombres y mujeres por especialidad?
¿Inequidad salarial, de posiciones en el escalafón?
¿Visibilidad por artículos publicados? ¿Quién decide quién es la cabeza de una publicación científica?
Y si esa especialista debate y rebate, ¿la escuchan, la ignoran, la callan?
Hoy, a las 11 de la mañana, tenemos el privilegio de presentar este trabajo, sin más intención que la del reportero: escuchar, escribir, observar la realidad de las mujeres en el mundo de la salud pública en México, 80% de la fuerza laboral del sector y menos del 5% de las posiciones de toma de decisión. La primera línea de atención y la más silenciada.
De Chihuahua a Jalisco a Nuevo León, al General de México, al Instituto Nacional de Nutrición y Ciencias Médicas, al Instituto Nacional de Cardiología, a los más prestigiados centros de investigación médica de México, que nos abrieron las puertas: tienen colaboradoras extraordinarias.
Gracias a la jefa Fabiana Zepeda, líder del personal de enfermería del IMSS; a las especialistas Aloha Meave, Cinthya Villarreal, Carolina Blanco, Marcela Saeb Lima, Gabriela Regalado y Sonia Flores: su solidez transpira, enseña, conmueve.
Gracias a todas por abrir la zona cero y expresar lo que piensan sobre la medicina en México.
Por resistirnos a todos. Por regalarnos ciencia y paciencia.
Por tragar saliva que a veces les sabe a ajenjo.
Juana Ramírez y Omar Nieto, compañeros autores de este trabajo: están hechos de dura madera.
Los invito a ubicarnos todos en medio del zumbido en el que sobreviven algunas de las mujeres más admirables del país: “No pasa suero, duele el suero. Estoy bien. ¿Por qué suero? El suero es agua. Me engañan con suero. ¿Surtieron el suero? No tengo venas. No me pique. Me duele. Quiero beber el suero. Está bien: suero. Pero que sea ella. Quiero llegar o quiero irme de la vida de la mano de una Mujer de la medicina mexicana”.
Así se llama este trabajo.
@karlaiberia
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