Por Kelly Méndez

Por primera vez en la historia de México el Día Internacional de la Mujer se conmemora con una mujer en la presidencia. Claudia Sheinbaum encarna un hito político: en un país donde los espacios de poder han estado históricamente dominados por hombres, su llegada al máximo cargo simboliza el avance de la representación femenina. Pero, más allá del símbolo, este 8M plantea una pregunta fundamental: ¿qué implica realmente para nosotras, las mujeres mexicanas, tener una presidenta?
Desde hace años, los colectivos feministas han tomado las calles cada marzo, exigiendo justicia por los feminicidios, políticas efectivas contra la violencia de género y una transformación estructural que garantice seguridad e igualdad. Bajo administraciones previas, las manifestaciones han sido recibidas con indiferencia, represión e incluso criminalización. Ahora, la expectativa podría ser distinta. Sheinbaum no solo es la primera mujer en el poder, sino que ha construido su carrera en un partido político que se presenta como defensor de los derechos sociales. Esto genera una pregunta inevitable: ¿será una aliada real del movimiento feminista o mantendrá la línea de sus antecesores?
Su gobierno ha impulsado iniciativas como la creación de la Secretaría de las Mujeres y la reforma constitucional para garantizar la igualdad sustantiva. Sin embargo, la lucha feminista va más allá de políticas bien intencionadas en papel. Se necesita presupuesto suficiente, una estrategia clara para reducir la violencia de género y un compromiso firme con la justicia para las víctimas.
Este 8M será una prueba para la presidenta. ¿Cómo responderá a las movilizaciones? Más allá de los discursos, se esperan acciones concretas, porque la verdadera trascendencia de una primera mujer presidenta no está solo en el cargo que ocupa, sino en lo que hará con el poder que ahora tiene en sus manos.
Si bien la llegada de Sheinbaum a la presidencia es un hito, también refleja un fenómeno global en el que más mujeres han alcanzado posiciones de poder en los últimos años. América Latina ha visto a figuras como Michelle Bachelet en Chile, Cristina Fernández en Argentina y Xiomara Castro en Honduras romper con la hegemonía masculina en la política. Sin embargo, en muchos casos, la presencia de una mujer en el poder no ha significado automáticamente avances en la agenda de género. La pregunta aquí es si en México veremos algo distinto.
Sheinbaum ha reiterado en múltiples ocasiones su compromiso con los derechos de las mujeres, destacando que su gobierno promoverá la igualdad y atenderá las problemáticas que más afectan. No obstante, su gestión como jefa de Gobierno de la Ciudad de México dejó dudas sobre su postura respecto a las protestas, especialmente después de que marchas feministas fueran encapsuladas y reprimidas con gas lacrimógeno.
La criminalización de la protesta feminista es un tema preocupante. En años anteriores, se ha visto cómo las movilizaciones del 8M han sido catalogadas como actos vandálicos, desviando la atención de las demandas legítimas. En este primer 8M con Claudia como presidenta podremos observar su postura. ¿Habrá un reconocimiento genuino de las protestas como una manifestación legítima de la lucha por los derechos de las mujeres o se repetirá la narrativa de descalificación?
Otro aspecto que marcará este 8M es el presupuesto. Aunque Sheinbaum ha promovido reformas a favor de la igualdad, la reducción de recursos destinados a la política de género ha despertado preocupación. Sin inversión suficiente, la creación de nuevas instituciones y la implementación de programas para erradicar la violencia de género corren el riesgo de quedarse en el discurso.
Además, la violencia de género sigue siendo uno de los problemas más urgentes en México. Con un promedio de 10 feminicidios al día y miles de casos de desapariciones, las familias de las víctimas exigen justicia. Un gobierno que se dice comprometido con la igualdad no puede ignorar esta crisis. La expectativa no es solo que sea la primera presidenta, sino que su administración marque un antes y un después en la protección de los derechos de las mujeres.
México sigue enfrentando retos enormes y la gran incógnita es si este gobierno estará a la altura de la demanda histórica hacia un país más justo, pero sobre todo seguro. El 8M es un día de memoria y mucha reflexión. No solo se marcha por las carencias a nivel político. Se marcha por las mujeres que fueron silenciadas por la violencia, por las que desaparecieron, por las madres, hermanas e hijas que dejaron un vacío imposible de llenar, por los familiares que salen a marchar cada año y siguen en la búsqueda constante.
En cada cartel, en cada grito de justicia, sus nombres siguen vivos. Marchamos por las que ya no pueden hacerlo, por las que fueron víctimas de la violencia, por las que seguimos buscando y por las que siguen esperando justicia.
Sus nombres resuenan en cada consigna, en cada paso, en cada abrazo entre desconocidas que comparten el mismo dolor y la misma rabia. Que el privilegio no nuble la empatía ante una realidad que no podemos ignorar.
“Si tocan a una, respondemos todas”.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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