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Por Laisha Wilkins

Me mudé a este departamento hace casi dos años pues en el anterior el ruido era insoportable, vivía en un octavo piso y la contaminación acústica era peor pues el perímetro se ampliaba, en la planta baja del edificio hay unos consultorios de dentistas que tienen compresores muy ruidosos y venía de mudarme de uno en la esquina de una avenida ausente de silencio.

En fin, me cambié a este nuevo edificio de pocos departamentos y en un piso bajo, pues además del perímetro, el hecho de saber que si temblaba no podría bajar como gacela a la calle, me aterraba. Total que ya muy feliz en mi nuevo hogar, terminé de acomodarme al mes más o menos, y un día decidí salir a disfrutar del silencio y tranquilidad de mi calle cuando de repente… chazzzz en un aviso leo que la casona de enfrente a mi casa va a ser demolida y me cuenta el vigilante que van a construir ¡un edificio de ocho pisos! ¡casi me muero! De solo imaginar el ruidajal, camiones de carga, seguetazos, polvo, todo lo que implica una construcción por lo menos dos años.

Sufro hiperacusia es una hipersensibilidad auditiva que crea intolerancia a muchos sonidos, las personas que no la padecen no entienden a quienes vivimos con esta condición. Es muy complejo porque ciertos sonidos, sobre todo los agudos, empiezan a provocarnos ansiedad o hasta incomodidad física. El problema es que el masticar del de enfrente te puede molestar al grado de tener que alejarte, huir. En fin, estaba tristísima, no entendía por qué era la tercera vez que me mudaba por el ruido y este me perseguía. Intenté descifrar qué quería decirme la vida, ¿qué tenía que aprender con esto? ¿a ser más tolerante con los ruidos pese a tener esta condición?¿qué era?

Decidí quedarme, otra mudanza me acabaría, estaba agotada.

Empezó la demolición, después el insoportable ruido del cascajo aventado al camión, el rompimiento de piedra en la excavación para los cimientos y ya ni hablar de los camiones mezcladores y el polvo, pfffffff.

Todas las mañanas empecé a escuchar a un chiflador que chiflaba muy bonito como Pedro Infante y todos se callaban para oírlo, el escuchar también “¡ya está la comida!”, me hacía entender la comunidad que entre ellos logran; el que cocina, el que va por las cocas, al que la señora le mandó un panecillo para todos… Total que poco a poco sus formas y tiempos se fueron haciendo parte de mi vida cotidiana, pero más que nada el salir y verlos felices haciendo chistes, oyendo música o cantando bajo el agua, el sol o el frío sin queja alguna era lo que me daba baños de admiración y agradecimiento de lo afortunada que soy.

En un principio esperaba con ansias las 6 de la tarde para que terminaran y el ruido cesara, y sin darme cuenta esa sensación de que ya iba a ser la hora, se dirigió a mi deseo de que estos mexicanos trabajadores terminaran su jornada, pudieran asearse un poco para tomar seguramente un largo camino de regreso a casa y al día siguiente a lo mismo; en verdad me da más gusto hoy el final del día laboral por ellos, que por la ausencia de ruido.

Sin saberlo se convirtieron en parte de mi vida durante dos años, siempre respetuosos, cuidadosos, puntuales. Impecables en su trabajo, agradecidos por tenerlo aun con las condiciones en las que lo hacen.

Hoy, en los últimos detalles del edificio agradezco haberlos tenido dos años enseñándome lo afortunada que soy y lo poco con lo que puedes ser feliz cuando tú eliges la actitud ante la vida. Y estos trabajadores han complementado mi agradecimiento y llevándose mi total admiración y respeto.

Decía mi abuelo “Gracias a Dios todo pasa”.
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@laishawilkins

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