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Por Laisha Wilkins
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El manejo de la imagen –principalmente a través de las redes sociales- nos ha abrumado, hastiado de tanta perfección que termina por caer en la falsedad.

Vemos mujeres y hombres con cabelleras, rostros, cutis, cuerpos perfectos y en eterna juventud, siempre en lugares paradisíacos con la bolsa, los tenis, el coche, reloj, teléfono de moda hablando con frases motivacionales y mostrando una esfera de vida idealizada por quien la observa.

Todo esto ha creado una presión social que tiene agotado al espectador. Se siente un burnout pues quizá ya se dieron cuenta que el tiempo que invierten de su vida en obtener el dinero, que costea estar a la altura de las necesidades sociales, es demasiado alto o probablemente entendieron que el medirse con o tomar como ejemplo tales vidas, los mantendrá en depresión pues nunca alcanzarán los estándares. La fórmula perfecta para la decepción es la idealización.

Los usuarios empiezan a percibir que, esa vida que envidian es de la cámara hacia la red, y que nunca sabrán que hay detrás de ella, cuál es la realidad de esas parejas perfectas o personalidades siempre felices que todo lo tienen.

La mayoría ha creado un personaje que no muestra debilidades reales ni conflictos. La mayoría olvida o esconde su historia de vida o sus carencias. Y pululan por todas las redes y los medios, pero hay demasiada oferta y está choteándose.

En un México tan politizado como nunca antes vemos constantemente perfiles que se presentan como seres impolutos, pero instalados con cinismo, en una doble moral entre sus dichos y sus hechos. Funcionarios acartonados que continúan con tonos pausados de los setentas y una narrativa robótica como si le hablaran a niños de preescolar. Señalándonos lo que es correcto y lo que no, como si fueran San Pedro.

El bombardeo y la saturación obligan a buscar conexión personal y solo se conecta cuando se engancha emocionalmente y para ello es necesario provocar.

Provocar esperanza en un México tan lastimado, mover sentimientos, estimular sueños.

Se respira la necesidad de personalidades auténticas, sin personaje. Capaces de mostrar sus debilidades, sus miedos y dudas, su sentir real, de hablar sin filtros, sin postura. Personas comunes y corrientes como la audiencia, que a través de su historia de vida y logros nos muevan a entender que somos creadores de nuestra realidad.

Wendy (en la casa de los famosos) y Xóchitl (en la arena política) son dos líderes que sin tener nada, sin recursos, sin oportunidades cercanas tomaron la responsabilidad de su futuro para tener el control y alcanzar sus metas. No se instalaron en una queja de infancia o gubernamental de carencia.

Ambas son mujeres valientes que se enfrentaron a un país misógino rompiendo Sistemas, mujeres que fueron contra corriente desde pequeñas, que cambiaron lo que parecía su destino y hoy son ejemplo para la sociedad, los Sistemas y el mundo.

Ellas nos enseñaron que nada es imposible y que con honestidad, autenticidad y esfuerzo podemos volar en cualquier cielo, cumplir nuestros sueños y no quedarnos en el nido.

Celebro, con mucha emoción, a estas dos mexicanas chingonas y su auge.

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@laishawilkins

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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