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Por Laura Brugés

El 6 de enero marca el final de la temporada navideña, pero no es un final cualquiera: es el último respiro de la magia. En México, como en gran parte de Hispanoamérica, celebramos el Día de Reyes, una tradición que lleva siglos encendiendo sonrisas y sueños. Pero, ¿qué tanto de esa magia hemos conservado y qué tanto hemos dejado que el tiempo y las circunstancias la erosionen?

Me hago esta pregunta porque las tradiciones en cada país o incluso aquellas que son importadas, están tan vinculadas a lo cultural que alimentan el sentimiento de nuestro sentido de identidad, familiar, la diversidad cultural o la inclusión. Pero nos resistimos a creer que no son del todo nuestras, cuando en realidad nos recuerdan las estrechas relaciones que tenemos con otros países, la migración y entender parte de nuestra historia, todo por cuestiones políticas o nacionalistas.  

Pero vamos a hacer memoria, también conocido como la Epifanía, celebra la llegada de los tres magos de Oriente a Belén, en el antiguo reino de Judea, con regalos simbólicos al niño Jesús. Sin embargo, la tradición que llegó con los misioneros de la Nueva España fue reinterpretada por generaciones de mexicanos, creando un ritual único que combina religión, comunidad y cultura.

Al igual que en España, en México se acostumbra a incluir una figura oculta dentro de la rosca. Curiosamente, esta tradición no fue introducida por los misioneros, sino por las panaderías españolas que proliferaron a finales del siglo  XIX y principios del XX. En un inicio se popularizó la idea de esconder una haba, luego fue sustituida por una figura del Niño Dios, con una promesa sencilla: quien lo encontrara tendría que organizar los tamales del Día de la Candelaria. 

En España en sus inicios, el haba era aquel elemento sorpresa, simbolizando fortuna y fertilidad. La persona que le salía el haba en su porción era considerada afortunada y auguraba prosperidad durante el año. Al presente ya incluso se han diversificado el tipo de figuras que se le introducen en el pan, con dos sorpresas escondidas: un haba seca y una figurita (normalmente de uno de los Reyes). Según la tradición, quien encuentra la figurita dentro de su trozo es coronado con la corona dorada de cartón que decora el centro del pastel, mientras que quien encuentra el haba le toca pagar la tarta . En Francia por ejemplo,  es costumbre que el más pequeño de la casa, desde debajo de la mesa, vaya diciendo a quién corresponde cada parte del pastel. Además, se debe cortar en tantas partes como invitados más una, que sería la parte destinada al primer pobre que se presentaría en la casa.

Sin importar el país, la promesa se ha transformado en risas nerviosas y bromas entre quienes comparten la mesa. Pero también ha dado lugar a una batalla silenciosa entre las grandes panaderías y los pequeños comerciantes, quienes se enfrentan no solo a la competencia, sino al precio creciente de una tradición que, al menos en el corazón, debería ser accesible para todos. Me atrevo a decir que es una costumbre compartida y que tanto México, como España cada uno le dio su propio sentido. 

Siendo así, aprovecho el contexto que les acabo de dar para hacer una invitación de dejar de lado en la mesa la animadversión hacia España o evitar aquellas discusiones políticas familiares que carecen de sentido histórico, pero que las forzamos sólo por estar a favor o en contra de la ideología del partido que nos gobierna en estos momentos en México. 

En fin, ya somos adultos y quizá hemos dejado de esperar regalos bajo el árbol, y estamos pensando más en cómo pagar la tarjeta de crédito por lo que compramos para hacer sonreír a los niños. Pero vaya contraste, ya no creemos en la magia de las tradiciones navideñas, ni en la buena fortuna para lo que resta del año, pero sí en políticos que toman decisiones que hacen que nos angustiemos más de la cuenta y que  la vida se haga cada vez más cara.

Te confieso que mi deseo es un país más justo, donde esas ilusiones no se pierdan en el ruido de las crisis políticas y económicas. He tratado de no pensar en eso en estos días que me tomé de vacaciones y ha sido difícil para mí como periodista. 

Pero no te quiero preocupar más, ve a partir la rosca y ver los rostros de quienes nos rodean, tal vez deberíamos preguntarnos: ¿qué estamos haciendo para que esas ilusiones sobrevivan, para que la magia no se apague? Porque, al final, lo único que los Reyes Magos nos recuerdan cada año es que la esperanza, como el pan dulce, siempre sabe mejor cuando se comparte y por un instante nos olvidamos de los problemas. 

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