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Por Laura Brugés
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En medio de cifras preocupantes la literatura juvenil es uno de los pocos espacios donde florece el hábito lector. ¿Puede ese entusiasmo convertirse en política pública o sólo es un culto a lo retro?

A pesar de la oferta de formatos digitales, como el Kindle y tablets, hay algo curioso que  está sucediendo con la Gen Z (los nacidos entre 1997 y 2012) pues se están volcándo a los libros físicos y no digitales, comenzando por tendencias en TikTok como el #BookTok, con cientos de usuarios que leen mediante clubes de lectura, recomiendan, coleccionan y muestran sus libros en las redes sociales. 

Cuando el panorama general de lectura en México sigue poniendo en peligro el hábito lector, ya que de 2015-2024 la población lectora se redujo 14.6 puntos de acuerdo con los datos del Módulo sobre Lectura (MOLEC) del INEGI, existe un rayo de esperanza en el auge de la literatura juvenil. Según diversos especialistas, los autores y editoriales nacionales han encontrado un nicho sólido entre los Gen Z, quienes son atraídos por historias que reflejan sus intereses y preocupaciones. Este fenómeno demuestra un interés por la lectura, pero requiere de un enfoque más estructurado para trasladar ese entusiasmo a otros géneros y públicos.

Según un estudio de Nielsen BookData, la generación Z muestra una clara preferencia por los libros impresos, los cuales representaron el 80 % de las compras entre noviembre de 2021 y 2022. Las bibliotecas también reportan un incremento en la cantidad de usuarios jóvenes que optan por estos espacios tranquilos en lugar de cafeterías ruidosas. En el país, las visitas presenciales a bibliotecas aumentaron un 71%. 

En las últimas décadas, el surgimiento de los libros electrónicos ha transformado la manera en que las personas consumen literatura. Estos formatos digitales tienen el potencial de democratizar la lectura al hacer los libros más accesibles en términos económicos y logísticos. Sin embargo, en México, a pesar de que tenemos avances en digitalización, este crecimiento ha sido lento y su integración en las estrategias gubernamentales sigue siendo limitada.

Muestra de ello, son las pruebas internacionales sobre las habilidades escolares en la educación básica, más conocida como la prueba PISA, la última  reveló que apenas el 1% de los estudiantes de 15 años en el país es capaz de diferenciar hechos de opiniones en textos. Además de una caída en la comprensión lectora, en comparación a 2018. 

¿Pero qué se le puede pedir al gobierno mexicano para reconciliar la lectura con las generaciones más jóvenes cuando desestima una prueba o cuando un ínclito “intelectual” del régimen obradorista dice que «leer por goce es un acto de consumo capitalista»?

Otro aspecto que considero que está alejando a las generaciones más adultas del hábito de la lectura es  la sobresaturación de información y la falta de tiempo, como revela la encuesta del INEGI citada anteriormente, sobre todo en generaciones más adultas, nos urge llegar al grano de lo que sea que consumamos, por ello, no tenemos tiempo de leer párrafos largos, introducciones largas o libros con más de 400  páginas. Y eso ha cambiado la manera en que leemos, prácticamente lo hacemos por escaneo para encontrar información rápidamente, lo que impide la comprensión total de un texto. 

Igualmente otro aspecto, es el infinite scroll o deslizar a través de nuestros celulares por nuestra adicción a la dopamina que nos genera el contenido en redes sociales. Los algoritmos están diseñados para mostrarnos lo que queremos ver, lo que complica dejar nuestro dispositivo móvil a un lado y ponernos a leer un libro. 


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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