Por Laura Carrera

El resentimiento es una emoción sumamente dañina que se produce cuando una persona siente que ha sido despreciada, herida o tratada injustamente. El problema surge cuando el resentimiento se ancla en nosotros y percibimos la realidad a través de esa lente.

Como no reconocemos con claridad dónde y cómo se siente la emoción del resentimiento, no la vemos conectada a nuestros comportamientos; sin embargo y lamentablemente, si el resentimiento echa raíces, dicta nuestros comportamientos, actitudes y acciones.

En el caso de la actividad política, el resentimiento no solo afecta y distorsiona el juicio de un político, cualquiera que sea su nivel, sino que también, cuando actúa nublado por el resentimiento, puede tomar decisiones destructivas que tienen el propósito de perjudicar, no solo a los que son sus adversarios, sino a la sociedad en su conjunto. 

Así, el resentimiento personal se vuelve en un peligro cuando se traslada a la esfera pública y se convierte en una guía para gobernar. 

Por ejemplo, el hecho de que un político haya intentado llegar al poder durante casi dos décadas pudo haber tenido como motor el resentimiento, la amargura, la frustración y el deseo de ser reconocido como héroe nacional. 

 Reflexionemos sobre qué proyectos emblemáticos en realidad se decidieron para dar la espalda a inversionistas y adversarios en lugar de evaluarlos desde un punto de vista técnico o económico, con la idea de dejar un legado para el país y tomando en cuenta los beneficios a la población.

En política, las emociones negativas y el deseo de venganza pueden jugar un papel devastador. Cuando un líder gobierna desde el resentimiento, sus decisiones están muchas veces impulsadas por un deseo de venganza y por la necesidad de demostrar poder sobre aquellos que considera opositores. Y en este proceso de decisión, como en el caso de otros gobernantes emblemáticos del pasado, arrastran a grupos poblacionales completos.

Estas emociones, lejos de ser constructivas, nublan el juicio y conducen a ciclos destructivos. El objetivo principal es castigar a los enemigos, reales o imaginarios, en lugar de enfocarse realmente en la búsqueda del bien común.

Un líder resentido puede rechazar el consejo de expertos y también ignorar las necesidades de aquella parte de la población que considera adversaria. Además, puede utilizar su posición para consolidar todo, pero todo, en nombre de la revancha. Y esto no solo polariza a la sociedad, también debilita las instituciones democráticas.

En el libro “Ser Humanos”, el neurocientífico argentino Facundo Manes llama a este tipo de conductas el “síndrome de hubris”. Manes parafrasea la famosa frase del historiador, político y escritor inglés Lord Acton cuando asegura que “el poder tiende a corromper a las personas, y el poder absoluto las corrompe absolutamente”.  Tener o no tener el poder cambia la mente de un político.

Manes dice que cuando se desarrolla el síndrome de hubris, el político o líder tiene dificultad para escuchar a otros grupos que no sean el propio, piensa que sus habilidades son superiores, confía sólo en lo que se dice a sí mismo y en su propio juicio, muestra desprecio hacia las y los demás y, para él, el mundo es un instrumento para auto glorificarse.

Traigo a colación el síndrome de hubris porque un político que ha experimentado repetidos fracasos o rechazos en su camino a la búsqueda del poder puede desarrollar un profundo resentimiento y, si este no se maneja adecuadamente, se convierte en la base de su motivación para cualquier acto o proyecto que quiera impulsar. 

El resentimiento también tiene consecuencias en la salud física y mental pues no solo genera problemas cardiovasculares y otras afecciones, sino que también puede dar lugar a una actitud vengativa, donde lo único que hay detrás de la persona resentida es el deseo de realizar acciones para ajustar cuentas con quienes considera responsables de sus dificultades.

Así, un líder resentido puede desarrollar una visión distorsionada de su propio papel porque cree que cualquier acción para vengarse de sus enemigos está justificada.

Además, como si esto no fuera poco, a un líder resentido le gusta mostrarse vulnerable, frágil e indefenso para ganarse la simpatía y protección de sus propios grupos; sin embargo, en realidad, esta vulnerabilidad es estratégica, porque está diseñada para desviar la atención de sus verdaderas intenciones y para justificar sus actos.

La combinación del resentimiento y el síndrome de hubris es especialmente peligrosa en el proceso de toma de decisiones, porque un líder que sufre ambos, puede tomar decisiones drásticas y destructivas para castigar a sus opositores y demostrarles su poder y grandeza.

En este sentido, realiza acciones que son más simbólicas que racionales, como la destrucción de proyectos costosos simplemente para pretender borrar el trabajo de administraciones anteriores o implementar políticas que desafían toda lógica y normativa, únicamente para reafirmar su autoridad.

En México hemos tenido no uno, sino varios, muchos políticos resentidos e ignorantes, a los que no les ha importado poner el riesgo al país completo con tal de vengarse de sus adversarios.

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