Por Laura Carrera
La violencia criminal es un fenómeno complejo, y comprender sus causas nos lleva más allá de la superficie de los problemas sociales. Durante años, se ha atribuido a la pobreza material como una de las principales causas de la violencia, sin embargo, diferentes investigaciones y el análisis profundo de los contextos violentos, revelan que la verdadera raíz de la violencia no está únicamente en la falta de recursos económicos. La violencia criminal está, en gran medida, vinculada a carencias emocionales, a la falta de desarrollo personal y a problemas estructurales en las comunidades. Esta columna explora hoy las causas profundas de la violencia criminal y desmitifica la idea de que la pobreza económica es la única responsable.
A menudo se ha señalado que la pobreza es la causa principal de la criminalidad. Esta creencia ha llevado a la implementación de políticas que se enfocan en la distribución de recursos económicos, con la esperanza de reducir la violencia. Sin embargo, la pobreza material rara vez es el motivo central detrás de actos criminales. Las personas no se vuelven violentas únicamente porque carecen de dinero o acceso a bienes materiales. Aunque el acceso a necesidades básicas es importante, reducir la violencia requiere una comprensión más profunda de los factores emocionales y psicológicos que impulsan a las personas hacia el crimen.
Decir que la pobreza económica es la causa de la violencia sería simplificar un problema mucho más profundo. No todas las personas que viven en condiciones de pobreza cometen actos de violencia, y no todos los criminales provienen de entornos económicamente desfavorecidos. La violencia criminal surge principalmente de una “pobreza mental”, es decir, de la falta de desarrollo emocional y de vínculos de apego durante la niñez y la adolescencia.
Una de las causas fundamentales de la violencia criminal es la falta de apego y el abandono emocional de la infancia. Los niños que crecen en entornos donde se sienten abandonados o maltratados, que no reciben el cuidado y la atención necesarios, desarrollan una visión distorsionada del mundo. La falta de vínculos seguros y saludables afecta el desarrollo emocional, y estos jóvenes, al crecer, buscan pertenecer a grupos que les ofrezcan identidad y validación, aunque estos grupos sean criminales.
La ausencia de un entorno familiar estable y seguro puede ser devastadora para el desarrollo emocional de un niño. Padres y madres que no imponen límites o que son permisivos, o bien, que ejercen disciplina abusiva, crean condiciones que predisponen a los jóvenes a buscar refugio en grupos donde la violencia es normalizada. Estos niños crecen sin una base emocional sólida, y a medida que buscan validación y pertenencia, muchos encuentran en las pandillas o grupos criminales un sentido de familia y apego que no obtuvieron en sus hogares.
La educación y el entorno familiar juegan un papel crucial en la formación del carácter y en la propensión de una persona a involucrarse en la violencia. Desde el 2007, se ha estudiado el tema de la violencia criminal en profundidad en nuestro país, y se ha encontrado que la educación, no solo académica, sino emocional, es un factor determinante en la prevención del crimen. Niños que reciben apoyo emocional, que aprenden a regular sus emociones y que desarrollan habilidades para enfrentar conflictos de forma no violenta, tienen menos probabilidades de recurrir a la violencia.
La educación, entendida como una forma integral que abarca tanto aspectos académicos como emocionales, es fundamental. Enseñar a los niños y jóvenes a manejar la ira, el miedo y la ansiedad desde una edad temprana puede reducir significativamente la violencia. El sistema educativo debe incluir programas que fomenten el autoconocimiento, la autorregulación, la autonomía y la empatía, permitiendo a los jóvenes desarrollar una estabilidad emocional que les permita resistir las influencias negativas del entorno.
Ciudad Juárez es un ejemplo emblemático de cómo la falta de servicios básicos y la carencia de atención emocional pueden desencadenar altos niveles de violencia. En los años sesentas y setentas, la ciudad experimentó un auge en la industria de maquiladoras que atrajo a miles de familias en busca de empleos. Sin embargo, las políticas de desarrollo de entonces, ignoraron aspectos fundamentales como el acceso a servicios públicos, escuelas, centros de salud y espacios recreativos.
Este abandono estructural creó un entorno en el que muchas familias, especialmente aquellas encabezadas por madres solteras o en condiciones vulnerables, quedaron sin el apoyo adecuado. Las madres y padres, muchas veces atrapados en dinámicas laborales extenuantes, no podrían brindar la atención y cuidado necesario a sus hijas e hijos. Esto creó generaciones de jóvenes que crecieron en condiciones de desatención y soledad, factores que los hicieron vulnerables a caer en actividades delictivas.
El caso de Ciudad Juárez es un recordatorio de que no basta con crear empleos. Es necesario un enfoque integral que considere el bienestar emocional de la población, especialmente en zonas de alta vulnerabilidad. Las políticas públicas deben enfocarse en garantizar un desarrollo equilibrado que abarque tanto lo económico como lo emocional.
Una política de seguridad efectiva no puede basarse sólo en la aplicación de la ley y el uso de la fuerza. Aunque las fuerzas de seguridad son importantes, no resuelven el problema de raíz. Muchos militares, los que hoy están enfocados en la seguridad pública, y policías provienen de entornos similares a los de los criminales, enfrentando carencias emocionales y creciendo en contextos de violencia. Para que el Estado tenga éxito en la reducción de la violencia, debe asumir la responsabilidad de fomentar el desarrollo emocional desde la infancia.
Rober Sapolsky, neurocientífico y experto en conducta, ha señalado que es el entorno el que juega un papel decisivo en la formación del comportamiento. El Estado, entonces, debe implementar políticas que ayuden a construir un entorno propicio para el desarrollo emocional. Esto implica invertir en programas de educación emocional, en el fortalecimiento de las familias y en la creación de comunidades donde los jóvenes encuentren un sentido de pertenencia positivo.
Además, es fundamental que la sociedad y el Estado establezcan un acuerdo firme de que la violencia no debe tener cabida en nuestra convivencia. Esto implica no solo sancionar a quienes cometen delitos, sino también construir una cultura de paz y desarrollo emocional desde todos los hogares del país.
Entonces, enfrentar la violencia criminal requiere un enfoque holístico que integre la educación, la salud emocional y la seguridad pública. La violencia no es una simple consecuencia de la pobreza material, es, en muchos casos, el resultado de carencias emocionales y de un entorno hostil que no proporciona a los jóvenes las herramientas necesarias para manejar sus emociones y conflictos.
Una buena política de seguridad debe ir más allá de la represión y de la asistencia económica. Debe incluir programas de desarrollo emocional que fomenten el autoconocimiento, la regulación de emociones y la creación de vínculos afectivos saludables. Es necesario un compromiso de toda la sociedad para crear entornos donde las y los jóvenes puedan encontrar un propósito y un sentido de pertenencia que los aleje de la violencia.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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