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Por Laura Carrera

Cuando pensamos en seguridad, la imaginamos a través de herramientas tangibles como cámaras de vigilancia, patrullas, armas, jueces y sistemas de justicia. Sin embargo, existe otra seguridad, una más profunda y esencial: la seguridad interna, esa certeza que nos permite caminar con confianza en nuestra propia piel.

 

Las seguridades externa e interna dialogan entre sí. La seguridad pública, nacional, ciudadana y humana se entrelazan con la seguridad personal. ¿Cómo puede una persona ofrecer seguridad a otros si no se siente segura en sí misma?

 

Sentirse seguros es una necesidad humana básica. Desde el nacimiento, la familia y el entorno nos brindan esa sensación de protección. Pero la familia, a su vez, necesita que el Estado garantice condiciones para ejercer sus libertades sin temor. La seguridad, entonces, no es solo un concepto externo, es también una vivencia interna que define nuestro bienestar.

 

Este principio es clave para quienes desempeñan funciones de seguridad. Las y los policías, tanto los de inteligencia y de investigación, como los uniformados en las calles, también sienten miedo, ira, enojo e inseguridad. La forma en que gestionan estas emociones impacta directamente en su desempeño y, por ende, en la seguridad que pueden brindar a la ciudadanía. Sin embargo, nadie habla de la seguridad emocional de los cuerpos policiales.

 

Durante mucho tiempo, la labor policial ha sido subestimada y menospreciada. Antes del 2006, la seguridad no estaba de “moda”. Quienes se dedicaban a ella eran vistos como figuras carentes de pensamiento crítico, ocupando una de las posiciones más bajas en la escala social. Dado el avance de la delincuencia, la seguridad pública ganó espacio y hasta un lugar en la investigación académica y la consultoría, pero paradójicamente, la situación de los policías no ha mejorado. Hoy, la seguridad está saturada de analistas y expertos, pero sigue sin resolver lo esencial: el bienestar de quienes la ejercen.

 

El debate suele girar en torno a estrategias, operativos, redes y tecnología. Se discuten protocolos, se evalúa la disciplina, el apego a la doctrina y el desarrollo profesional de los agentes, pero casi nunca se habla de su seguridad interna. De hecho, las dos iniciativas presentadas recientemente ante el Congreso, me refiero a la Ley del Sistema Nacional de Seguridad Pública y a la Ley del Sistema Nacional de investigación e inteligencia en Materia de Seguridad Pública, no mencionan el bienestar policial. ¿Cómo pueden proteger si se sienten desprotegidos? ¿Cómo pueden dar confianza si no confían en sí mismos ni en el sistema que los respalda?

 

Los policías enfrentan maltrato en todos los niveles: de la sociedad, de sus mandos y, en muchos casos, de sus propios compañeros. Este entorno hostil, sumado a la constante exposición, al peligro, genera altos niveles de estrés y, en algunos casos, estrés postraumático que rara vez es atendido. Existe la falsa percepción de que los policías deben ser impenetrables emocionalmente, cuando en realidad viven con miedo, ansiedad, ira y tristeza a flor de piel. Ocultan estas emociones porque reconocerlas se interpreta como debilidad. Sin embargo, negarlas no las hace desaparecer, al contrario, se convierten en una bomba de tiempo que afecta su atención, su enfoque y su capacidad de respuesta.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.