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Por Laura Coronado Contreras.

Nuevamente las redes sociales han hecho de las suyas. Noticias lamentables, indignantes y de un México roto no han dejado de circular y, con ellas, los juicios que emitimos en distintos perfiles sobre los implicados y especialmente las críticas a distintas figuras de crianza. ¿Qué clase de madre entrega a su hijo a la policía? ¿Qué valores le enseña si es un delincuente? ¿Por qué su mamá no le puso límites? ¿Por qué la dejaban subir esas fotos? ¿No se daba cuenta de lo mal que estaba su hija? ¿Por qué no la supo educar?

 

Tal parece que la herencia de un texto como la “epístola de Melchor Ocampo” sigue vigente a dos siglos de distancia: “La sociedad bendice, considera y alaba a los buenos padres, por el gran bien que le hacen dándole buenos y cumplidos ciudadanos; y la misma censura y desprecia debidamente a los que, por abandono, por mal entendido cariño o por su mal ejemplo, corrompen el depósito sagrado que la naturaleza les confió, concediéndoles tales hijos.” ¿Cuándo dejamos de ser responsables de nuestros hijos? ¿Ellos no deben serlo? ¿La sociedad no está involucrada más que para juzgar?

 

Durante años hemos escuchado frases como “Los hijos somos reflejo de nuestros padres” “La educación se mama en casa” “De tal palo, tal astilla” y, sobre todo, opiniones acerca de la obligación de las mujeres en la crianza de los pequeños mientras el padre “se ocupa de proveer y trabajar”. Las redes no hacen más que reflejar lo bueno y lo malo de la sociedad y, en estos temas, perpetuar estigmas y prejuicios. ¿Quiénes publican no recuerdan cuántas veces recibimos la mejor de las educaciones pero, principalmente de jóvenes, hacíamos lo contrario a lo que nos aconsejaban nuestras madres? 

 

Dicen en el refrán que “La empatía es como la inteligencia, al que le falta, no se da cuenta”. Si alguien es rebelde, sus calificaciones bajan, cambia de amigos o tiene malos hábitos, irremediablemente, pensamos que “su madre no está haciendo su trabajo” e, incluso, nos mostramos “solidarias” y lanzamos aseveraciones como: “Claro, es que ella trabaja”, “se la pasa de viaje”, “son muchos y no se da abasto”, “lo tuvo muy joven”, dándole demasiado peso a un factor determinante y esencial en nuestro crecimiento pero que no es el único.

 

Ortega y Gasset  decía: “yo soy yo y mi circunstancia y si no la salva a ella, no me salvo yo”. Las circunstancias en las que viven niñas, niños y adolescentes en México son sumamente violentas. Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en 2024, el promedio de homicidios fue de 82 por día (https://www.gob.mx/sesnsp/acciones-y-programas/incidencia-delictiva-299891?state=published) y la impunidad en nuestro país continúa en un 90% desde 2018 (https://www.mexicoevalua.org/la-impunidad-en-mexico-permanece-por-encima-del-90-hallazgos-2023/).  ¿Es sólo en casa en dónde no existen límites y consecuencias por el daño que se causa?

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.