Por Leticia Bonifaz
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¿Quién que haya sido tocada por la pluma de Rosario Castellanos ha permanecido igual? ¿Quién después de leer líneas de poesía de prosa o de ensayo sigue siendo el mismo o la misma? Algo mueve y conmueve. Los sentimientos están a flor de piel o a flor de río con las imágenes de su Chiapas querido y las lavanderas del Grijalva. Te enojas, ríes, añoras, recibes inyección de ánimo, quieres cambiarlo todo, buscas orígenes y esencias, te transportas a espacios reales o soñados, te armas de valor y de amor. Ahí está el toque de una esgrimista que usa la palabra para tocarte, eso es lo suyo. Con la palabra toca al mundo y a quienes lo habitamos.  

Rosario falleció hace medio siglo. Ella no llegó a cumplirlo. Se quedó en los 49. ¿Qué hubiera pasado si hubiese tenido una larguísima vida como la de su amiguísima Dolores Castro que casi llega a los cien?  No lo sabremos, pero bastaron 49 años para dejar una obra que la mantiene viva y que le permite continuar el diálogo con nosotros

Desde que yo era niña, en mi casa se hablaba de “la Chayito”. Así le decían en Comitán a nuestra Rosario. Muchas personas la habían conocido. Algunos de sus maestros todavía recorrían las calles de nuestro pueblo cuando ella falleció. Ella estaba ahí, presente en cuentos, historias, anécdotas y remembranzas. Por mi mamá supe de la existencia de la Facultad de Filosofía y Letras. Yo cursaba la primaria y la curiosidad se instaló en mí. ¿Cómo se estudian las letras?  

El día que se conoció la noticia de su muerte, la incredulidad, el pasmo y el dolor de la gente que la había tratado se contagiaba. Se armó pronto un recital con algunos de sus poemas. Mi hermana menor, que entonces tenía 8 años, con un vestido marinero emuló a la Rosario niña y en el auditorio de la Centro Cultural que hoy lleva su nombre recitó: “Por una y otra vez, como el martillo al clavo, hasta hundirse en mi carne y traspasarla, el mundo me ha besado...”   

Los jóvenes de la Secundaria y Preparatoria, -su escuela-, memorizamos sus poemas y nos acercamos a ella con profunda admiración. Vimos cómo, con palabras, se podía describir un paisaje: “Señora de los vientos, garza de la llanura, cuando te meces, canta tu cintura…”. Ese poema a una palmera evocaba la parte baja de Chiapas, donde hasta hoy vemos mecerse a muchas señoras juntas entre los cañaverales.  

A mí, su poesía me tocó primero, después su prosa con Balún Canán, la novela que lleva el antiguo nombre maya de nuestra tierra; pero fue hasta la Universidad cuando conocí a la feminista que me tocó para siempre. La leo y la releo. Tomé conciencia plena de la discriminación hacia las mujeres y a la población indígena con sus letras. Fue con ella que entendí lo primero que había que entender. Pasé al plano teórico y a las profundidades de su Eterno Femenino. Rosario, con sus potentes y profundas deducciones, nos dio herramientas para reconstruir al mundo después de comprender la desigualdad sistémica. La gran adelantada a su tiempo ya no pudo asistir a la Conferencia Mundial sobre la Mujer en 1975; pero ahí se habló de muchas de sus preocupaciones, se retomaron algunos de sus planteamientos y se siguió adelante hasta llegar a las conquistas de nuestros días.  

Rosario tiene una vitalidad inimaginable después de medio siglo de haber abandonado esta tierra. Sigue tocando mentes, corazones y almas, especialmente las jóvenes. Mujer sensible al mil por ciento, inteligente como pocas, con gran sentido del humor y del amor. Irrepetible, gigante, generosa. Ella, muy ella, muy nuestra: la gran Rosario, nuestra Rosario.  

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@leticia_bonifaz

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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