Por Leticia Bonifaz
Defender, ¿oficio femenino? Durante siglos se consideró que no. La primera mujer que realizó tareas como abogada en la historia occidental fue Gaia Afrania en el siglo I A.C. Presentaba sus demandas y llevaba sus casos ante el pretor sin esperar que un miembro de la familia la defendiera. Argumentaba con éxito y ganaba los casos. Fue por eso que se emitió un edicto para evitar la intervención de mujeres en asuntos legales de otros señalando que ese era un deber de los hombres.
Un caso relevante es el de Mesia Sentinate. Ella fue incriminada con toda su familia en el siglo I A de C. por una revuelta que hubo en Umbría en el 90 A. de C. Exhibió su gran habilidad retórica ante el pretor Lucio Tizio. Fue absuelta con veredicto casi unánime, pero quedó constancia que escondía, bajo el aspecto de una mujer, un ánimo viril. Fue denominada andrógina.
En 1869, Arabella Mansfield se convirtió en la primera abogada en los Estados Unidos. Fue admitida en la Barra de Iowa, después de cambiar la regla que permitía admitir solo a hombres. A su contemporánea, Myra Bradwell no le autorizaron el ejercicio de la abogacía con argumentos altamente discriminatorios.” El hombre debe ser el protector y defensor de la mujer que, naturalmente, tímida y delicada, no es idónea para muchas actividades previstas en la ley y debe dedicarse a la familia, como dicen las leyes humanas y divinas y la naturaleza misma.”
En 1878 se recibió de abogada Clara Shortidge Foltz en California. Ella mantenía sola a cinco hijos. En Virginia, en 1879 le autorizan a Belva Lockwood entrar a la barra de abogados después de que se lo habían negado. El pretexto inicial fue que había que interpretar la palabra persona para saber si se refería siempre a hombres y mujeres.
En Europa, la primera mujer en recibirse como abogada en 1881 fue la italiana Lidia Poet. Sin embargo, no la dejaron inscribirse a la Barra. Aunque impugnó la negativa, las resoluciones le fueron adversas. Ejerció la profesión en el despacho de su hermano Enrico, sin poder firmar o representar. El argumento fue que, si la ley no decía expresamente que se podía admitir mujeres, no era posible interpretar el silencio del legislador como admisión. Después de la primera guerra, en julio de 1919 se suprimieron las restricciones, Lidia ya tenía 65 años y pudo inscribirse finalmente en la Barra.
La segunda abogada europea fue Marie Popelin de Bélgica. Se inscribió a la carrera en la Universidad de Bruselas en 1883, a los 37 años. Ya tenía hijos. Lo hizo tres años después de que se abriera esa posibilidad a las mujeres. La Abogacía General de Bruselas no la admitió para realizar sus prácticas forenses. Ella apeló, pero el procurador general concluye su arenga diciendo: “(las mujeres) están condenadas a una inferioridad eterna, no tienen capacidad jurídica, al estudiar usted perdió su tiempo inútilmente”. La Corte de casación confirmó la sentencia diciendo: “Las leyes que nos gobiernan, de acuerdo con nuestras costumbres de la cual son expresión, no permiten a las mujeres ejercitar la profesión de abogado”. El Senado Universitario por dos tercios votó en contra. Ella dio clases en Nueva York y después en Zurich y Berlín.
La rumana Sarmiza Bilcescu se recibió en París en 1890. Su tesis fue sobre la condición jurídica de la madre.
La francesa Jeane Chauvin logró ejercer después de una gran batalla. Ella nació en 1862 y fue hija de un notario. Se recibió en 1892. Su tesis fue un estudio histórico sobre las profesiones accesibles a las mujeres. Concluye que desde el punto de vista civil el avance es lento pero continuo mientras que, desde el punto de vista político, no se ven condiciones favorables.
Cerramos con la mexicana María Asunción Sandoval Olaes quien se recibió en 1898 en la Escuela de Jurisprudencia de México. Ejerció la abogacía en las ramas penal y familiar. Hasta ahora se está rescatando su memoria y reconociendo su legado.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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