Por Leticia Bonifaz
Crecí en un patio inmenso en el que cabían todos los juegos. En mis primeros años de vida, el patio nos pertenecía a mi hermana y a mí. Después lo compartimos con mis hermanos menores. Vivíamos en casa de mis abuelos paternos. Mi abuela tenía una tienda de abarrotes y mi abuelo una fábrica de calzado. A pocas cuadras estaba la casa de mi abuela materna, otro espacio ideal para llenarlo de juegos y para colmarse de inconmensurable amor.
Mi hermana y yo parecíamos gemelas a pesar de los casi dos años de diferencia. Nos vestían igual hasta que ella se rebeló. Entonces mis tías optaron por hacernos vestidos iguales, pero de diferente color hasta que cada una fue tomando su propia personalidad. Mi hermana, arquitecta hoy, llegó a diseñar sus vestidos. Mis tías la complacían.