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Por Leticia Bonifaz

Hace 2 años, me integré a un órgano de las Naciones Unidas después de haber sido electa como una de las miembros del comité que se encarga de ver que los países del mundo erradiquen la discriminación contra la mujer conocido como CEDAW. Llegué a Ginebra después de que el COVID impidiera nuestra presencia física en el Palais des Nations en febrero y junio del 2021. Me incorporé emocionada por el solo hecho de pensar que iba a poder incidir a nivel mundial en el mejoramiento de la situación de las mujeres que siguen sufriendo discriminación a pesar de que durante 40 años este órgano especializado ha hecho mucho por avanzar. Mi primer período como integrante fue intenso: todo novedad, todo aprendizaje. 22 compañeras de todo el mundo. Cada una, especialista en temas de género y conocedoras de su región. Cuando llegué, la mayoría eran africanas, hoy la mayoría son asiáticas.  Cada una de nosotras ve, normalmente, un trozo del mundo y, con el intercambio entre todas se busca comprender la totalidad del estado de las cosas en el planeta.

Aunque tenemos una misión específica, no podemos dejar de estar inmersas en lo que sucede fuera de nuestros temas de interés particular.  En estos 2 años, nos tocaron varios golpes de Estado en África, el de Burkina Fasso afectó directamente a una de nuestras compañeras. Luego nos sorprendió el inicio de una nueva guerra: la invasión de Rusia a Ucrania que se está prolongando sin que haya visos de una pronta solución. Nos tocó el implacable terremoto que afectó a Turquía y Líbano.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.