Por Leticia Bonifaz
Hoy se conmemoran 70 años de que se publicó la reforma constitucional por la que se otorgó el voto a la mujer en México. Llegamos tarde porque la ola de reformas en Latinoamérica se había dado en los años 30 y 40 del siglo XX. En esa época, el movimiento sufragista en México también era muy vigoroso, pero fue frenado en último momento por el presidente Lázaro Cárdenas a pesar de la insistencia de las sufragistas históricas, entre ellas, Margarita Robles de Mendoza.
Lo que llama más la atención es que, hasta 1953, aún estuviera en duda que las mujeres tuviéramos la capacidad de participar en los asuntos públicos y de decidir quién gobernaba el país. La discusión hasta ese momento era si la mujer era capaz de formar parte de los asuntos públicos. La premisa seguía siendo que la mujer debía quedarse en su casa, cuidar a los hijos, preparar la comida, la ropa, administrar el hogar. Eso era suficiente para ella. ¿Por qué habría de querer más? Ese era su lugar. Ahí era la reina y señora. ¿Qué tendría que salir a buscar a la calle? ¿Por qué tendría qué decidir quién gobernaba si eso era cosa de hombres? Lo que ellos decidieran iba a estar bien para ellas. El padre o el marido representaban a las mujeres en cada uno de los actos civiles. Necesitaban permiso para celebrar un contrato respecto de sus propios bienes. Los códigos civiles habían tenido un sello totalmente patriarcal. La mujer pasaba de ser hija y entonces su padre tomaba decisiones por ella, a depender del marido que también tomaba decisiones por ella.