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Por Lillian Briseño

¿Qué gritará nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador en su última celebración de la Independencia?

Quizá, como pocas veces, este año cobrará sentido aquello que Octavio Paz escribiera en El laberinto de la soledad a propósito del festejo:

“Con ese grito, que es de rigor gritar cada 15 de septiembre, aniversario de la Independencia, nos afirmamos y afirmamos a nuestra patria, frente, contra y a pesar de los demás. ¿Y quiénes son los demás? Los demás son los ‘hijos de la chingada’: los extranjeros, los malos mexicanos, nuestros enemigos, nuestros rivales. En todo caso, los ‘otros’. Esto es, todos aquellos que no son lo que nosotros somos. Y esos otros no se definen sino en cuanto hijos de una madre tan indeterminada y vaga como ellos mismos.”

Y es que, en este México tan polarizado que deja el presidente, quienes no comulgan con sus ideas y políticas se han convertido en eso: en “los malos mexicanos, nuestros enemigos, nuestros rivales”. En “los otros”, dice Paz.

Hoy, nuestros enemigos ya no son los extranjeros; ya no es ese “extraño enemigo” que menciona el himno nacional. Ya no nos tenemos que cuidar de aquel que profana con su planta el suelo haciendo un soldado de cada hijo que el cielo nos dio. No, ahora, nuestro adversario está dentro; está en nuestras casas, son “nuestros rivales”, son los conservadores, neoliberales y todos los demás que han sido señalados como los culpables y responsables de los males que aquejan al país.

Por ello, sólo los que “son como nosotros” entran en el discurso lopezobradorista. Los que piensan igual; los que le echan porras; los que le agradecen día a día por sus concesiones; los que reciben lo que creen son dádivas personales del presidente; los que no son capaces de chistar ante cualquiera de sus “ocurrencias.” Los que celebran que bromee sobre el sistema de salud; los que le besan las manos; los que lo adoran; los que son sus fanáticos.

También los que aprueban una reforma constitucional sin cuestionarla, sin discutirla, sin enriquecerla, sin modificarla, sin tocarla. Los que, de esta manera, no proyectan la imagen de un poder legislativo independiente, sino de un órgano sumiso y sometido a los deseos de su amo. Los que no tienen vergüenza.

Por eso, este año será un Grito especial, porque será la última vez que Él lo grite desde el balcón del Palacio Nacional. Desde el recinto que convirtió en su casa apropiándose así de uno de los espacios más representativos y simbólicos del país. Ese donde, en su momento, vivió el Huey Tlatoani del gran imperio mexica. El que se convirtió en el Palacio Virreinal donde despachaban los mandamases de la Colonia. Ese donde, ironías de la vida, el último presidente en habitarlo antes que él fue Porfirio Díaz, a quien llama dictador.

Podría apostar que, en su último Grito, AMLO hará referencia, obvio, al pueblo bueno y a la 4T.

Sin duda habrá un viva para Hidalgo y Morelos, artífices de la primera transformación. Otros más para Juárez, y para Madero y Zapata, protagonistas de la segunda y tercera transformación, respectivamente.

No creo, sin embargo, que tenga el arrojo de dar un grito por él mismo, por Andrés Manuel López Obrador. Eso sí sería demasiado.

Pero ¿quién sabe? Igual y, para el Grito del 2025, su sucesora podría, entonces sí, tener la osadía de incluirlo y gritar: ¡Viva Andrés Manuel!

Y los que no coreen ese Viva, serán los otros, los enemigos, los demás. “¿Y quiénes son los demás? Los demás son -diría Paz- los ‘hijos de la chingada’.”

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