La letra con sangre entra es un cuadro de Goya, pintado allá por 1780, en el que el autor critica los excesos de los profesores al intentar educar a sus pupilos. La pintura recrea la imagen de un maestro dando de latigazos en los glúteos desnudos a un alumno, al tiempo que otros ya se van subiendo los pantalones. Era el siglo de la Ilustración, el de las Luces, y, no obstante, la pedagogía se apoyaba aún en el castigo físico.
A pesar de la distancia, sé que a muchos les es familiar esta frase, ya sea porque la sufrieron en carne propia o porque saben que sus padres o abuelos recibieron golpes, reglazos, cocazos o manazos, ante una falta disciplinaria o académica. Quisiera pensar que estas prácticas no se utilizan más en México o el mundo, pero no apostaría a ello.
Hoy que celebramos el Día del Maestr@ en México –decretado en 1917 por el Venustiano Carranza– me parece un buen día para reflexionar en torno a los diversos retos que enfrenta la labor educativa, en una coyuntura en la que pueden más los celulares o las computadoras, con todas esas maravillosas aplicaciones o medios digitales disponibles, que un profesor que intenta desesperada, e inútilmente muchas veces, competir contra ellas. Y es lugar común, aceptar que ésta es una batalla perdida y que, si no aprendemos a dar clases poniendo la tecnología de nuestro lado, será cada vez más difícil cumplir con la función que nos hemos impuesto de intentar educar a los estudiantes.
Hacerlo va mucho más que crear kahoots, mentis o geniallys, o compartir información a través de Facebook, YouTube o TikTok, por mencionar algunos recursos, a pesar de que todos ellos sirven, sin duda, para hacer las clases más “entretenidas”, quizá más dinámicas y para mayores audiencias.
El COVID obligó, por supuesto, a desarrollar plataformas educativas que ayudaron a que los estudiantes más jóvenes interactuaran de manera lúdica en ambientes virtuales, en aras de mantenerles atentos y atados a una silla durante las horas de clase. Ignoro si lograsen su cometido didáctico, pero estoy convencida de que l@s maestr@s hicieron verdaderos milagros intentando enseñar a las infancias a través de estos medios.
Mi experiencia va más en el área Humanística y de Ciencias Sociales en el nivel profesional, y si bien Zoom fue el máximo aliado de la educación en esos casi dos años de encierro, podemos tener todas las dudas posibles sobre la efectividad del método y de si se logró la meta deseada en cuanto a los procesos de aprendizaje.
Desde luego que es más fácil interactuar con adultos que con niños, pero, aun así, todos sabemos que era, y es difícil, mantener la atención durante sesiones demasiado largas. En todo caso, trasladamos a la pantalla los usos y costumbres del aula, pero sin los recursos que la presencialidad ofrece, y aprovechando sólo a veces los recursos digitales. El COVID nos obligó a hacer una carrera contra el tiempo en la que la improvisación, la disposición y la buena voluntad, corrieron de la mano de un aprendizaje exprés y del desarrollo de diversos medios para poder avanzar en el camino.
De vuelta al salón tras el encierro forzado, el escenario no ha sido halagüeño; pareciera que la codependencia con las aplicaciones y plataformas se intensificó en los jóvenes, llegando a un verdadero amasiato, a tal grado, que es imposible dejar de ver el celular o la computadora por más de cinco minutos, y esto quizá también aplica para l@s profesor@s. Siendo honestos, tampoco es que antes de la tecnología pudiéramos asegurar que los estudiantes no estaban en la luna, con o sin un celular de por medio.
Supongo que nadie dudará que los recursos tecnológicos que vienen serán mucho más sofisticados que los que tenemos ahora y que cada día se harán más presentes en actividades que hoy ni imaginamos. Y uno de los nichos preferidos para este despliegue será el educativo. Bienvenidos sean, pues, francamente, no creo que haya nadie en el mundo que piense que esto podrá revertirse de forma radical. Contenerse, frenarse, canalizarse, administrarse, quizá, pero desaparecer, jamás.
Esto nos deja, pues, ante la urgencia de crear un nuevo paradigma educativo en el que, como dije arriba, no sólo se usen las apps y medios digitales para entretener o hacer más divertido el aprendizaje, sino como una verdadera revolución educativa, en la que, sin olvidar que siempre estarán presentes estos recursos, se puedan aprovechar al máximo sus virtudes dentro de los espacios educativos, físicos o virtuales. Me parece que hoy no hemos podido llegar a eso aún.
Imaginemos, por ejemplo, un escenario en el que, al crear un videojuego, los estudiantes van aprendiendo de diseño gráfico, de arte digital, de programación, de los diversos contenidos que se transmiten a través de ellos, del uso del lenguaje, de comunicación, de marketing, de ingeniería, etc. Como afirma Juan Antonio Jiménez-Alcázar, si bien antes era común cuestionar a los jóvenes si habían jugado alguna vez un videojuego, “hoy es absurdo preguntar eso en un aula universitaria, tanto si se trata de una clase de Historia como de Medicina o Arquitectura”. En efecto, hoy todos juegan con los videojuegos, algunos de los cuales, por cierto, resultan ser unas producciones fantásticas. Pues qué tal si usamos ese recurso, por ejemplo, para enseñar. Sí, a través de los videojuegos.
De lo que se trata, es de usar a nuestro favor eso que hacen los jóvenes todo el tiempo, y hacerles y hacernos, la vida más fácil, sin restarle exigencia ni calidad al proceso de enseñanza-aprendizaje. Evidentemente, se pretende que el rigor científico se mantenga, pero que las técnicas didácticas se actualicen al máximo para aprovechar, también al máximo, sus virtudes. ¿Se imaginan el reto que sería desarrollar un videojuego? ¿La investigación que se requeriría en tantas disciplinas? ¿Las habilidades cognoscitivas y procedimentales que desplegarían los estudiantes? ¿Las posibilidades de aprender arte, ingeniería o arqueología, creando o jugando? ¿Lo que la realidad virtual nos podría ofrecer para experimentar?
En fin, que esto es sólo un ejemplo de algo que ya se hace en algunas universidades y de lo cual hay muchísima literatura, teniendo en la educación tierra fértil donde se podría aplicar todo lo que la tecnología ya ofrece. Seguimos en la búsqueda, no obstante, de casos exitosos que replicar, y esto pretende ser sólo una probadita de los muchos temas y oportunidades que la era digital nos ofrece.
A darle profesor@s, que el futuro de la educación –que ya es presente–, es más incierto que nunca, pero las oportunidades, se antojan infinitas. ¡Qué gran oportunidad el poder ser testigo de esta revolución!
Por cierto que, si Goya viviera en el presente, se me ocurre que su cuadro se llamaría, quizá: La letra por los medios digitales entra.
¡Feliz Día de l@s Maestr@s!
@lillianbriseno
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
Más de 150 opiniones a través de 100 columnistas te esperan por menos de un libro al mes. Suscríbete y sé parte de Opinión 51.
Comments ()