Por Lillian Briseño
Los resultados electorales del pasado dos de junio reflejan perfectamente el ánimo que se cierne sobre los mexicanos en los últimos años. Por un lado, tenemos una mayoría creciente que está feliz con el triunfo de Claudia Sheinbaum y, por el otro, una minoría que vive el momento como si fuera el fin del mundo. Para este último sector, estar en el país se ha convertido en una pesadilla, toda vez que muchos se esmeran en presentar un panorama apocalíptico que poco ayuda a ponderar la realidad.
Uno de los principales argumentos es que México volverá a los usos y costumbres del siglo XX, cuando un partido hegemónico gobernó durante 70 años, en una dictadura disfrazada de democracia. Daniel Cosío Villegas bautizó al sistema político mexicano como una “monarquía, absoluta, sexenal, hereditaria por vía transversal” haciendo alusión a que en este país el presidente se convertía en rey durante seis años pudiendo incluso heredar el cargo. El único impedimento era que no fuera a su propia familia. De ahí la importancia del dedazo para definir al que sería el heredero de la corona.