A 112 años del inicio de la Revolución Mexicana, mucho se ha discutido y escrito sobre su estallido, desarrollo y consecuencias. También sobre el papel que jugaron los principales líderes de la lucha y de cómo, al final, el gobierno posrevolucionario se convirtió en un botín que, entre otras cosas, provocó que los principales caudillos se mataran entre ellos. Sabido es que Carranza mandaría matar a Zapata, mientras que Obregón haría lo propio con Carranza y Villa. Y todo hace suponer que Calles fue la mente maestra en el asesinato de Obregón.
Pero más allá de los sucesos puntuales de la guerra civil de 1910-17, y de las múltiples lecturas que ahora se dan sobre su desenlace, me parece importante destacar que tras su terminación y, sobre todo, después de la firma de la Constitución en 1917, serían sus demandas las que dominarían la escena y las políticas públicas de prácticamente todo el siglo XX.
El artículo 3o definió, por ejemplo, la estrategia educativa desde entonces, respondiendo a la necesidad de alfabetizar a casi 80% de la población que no sabía leer ni escribir hacia 1910. Al hacerla laica, obligatoria y gratuita, depositaba en la nación la responsabilidad de ofrecer educación a todos los mexicanos que así lo desearan. Titánica tarea que mal que bien se ha cumplido en el país.