Por Lillian Briseño
Cuando Andrés Manuel López Obrador lanzó la imagen alusiva al gobierno de México, incluyó en ella a cinco de los considerados forjadores de la historia, algunos de ellos protagonistas de las tres transformaciones anteriores a la cuarta que estamos viviendo. En ella aparecen Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez y Francisco I. Madero, como representantes de la 1ª, 2ª y 3ª transformación, y Lázaro Cárdenas quien entraría de cachirul en el distintivo.
Increíblemente, esta estampa no correspondía a los siglos XIX o XX, sino al ya avanzado siglo XXI. Increíble porque, en ella, no aparece ninguna mujer. Como si no hubiera ninguna digna de representarnos a quienes somos mayoría en la población nacional y por ello mereciera estar representada en el discurso oficial.
Pasaría casi un año para que el gobierno reaccionara a esta situación, y promoviera una imagen similar, protagonizada ahora por mujeres. En ella se distinguirían las conocidas figuras de Sor Juana Inés de la Cruz, Josefa Ortiz -de Domínguez, por supuesto- y las no tan identificables Leona Vicario, Carmen Serdán y Elvia Carrillo Puerto.
Esta omisión no era, sin embargo, una sorpresa, toda vez que es un hecho que en la historia oficial las mujeres han pasado desapercibidas, como si las grandes gestas nacionales hubieran sucedido sin su presencia. El hecho de que hablemos de las Adelitas en la Revolución mexicana, así, de manera anónima, es un ejemplo de cómo no hemos sido capaces de reconocer a un Villa o Zapata entre las mujeres, que sea digna de mencionar.
Y no, no es que no existiera, porque podemos estar seguras de que muchas se “fajaron” durante la guerra civil y desde la trinchera que les tocara pelearon y apoyaron a los revolucionarios; lo mismo podemos decir de la lucha por la Independencia o la Guerra de Reforma. Lo que pasa es que, hasta hace poco, muy poco, las mujeres fueron consideradas, al igual que otros muchos sectores de la sociedad, como las sin historia.
Sin historia eran los pobres, los viejos, los niños, los proletarios, los campesinos y, desde luego, las mujeres. Porque la cultura, las artes, el trabajo, la maternidad, la educación y tantas cosas más quedaron relegadas del discurso nacionalista, en un escenario donde sólo contaban y se contaban las guerras y la historia política. Esas que pertenecían exclusivamente, decían, a los hombres.
Y así fue también la narrativa histórica oficial durante décadas, y bueno, se comprende que en un mundo dominado por los hombres y en el que las mujeres tenían poca participación política -básicamente porque no las dejaban jugar en esa cancha ni en otras muchas- se les borrara de todos los demás campos en los que su presencia no sólo era importante sino, como en todo, indispensable. Se comprendería, digo, si aún estuviéramos en el siglo pasado o antepasado, pero en la actualidad esto resulta inadmisible, ridículo y ofensivo, por decir lo menos.
Y es que, afortunadamente, hace varias décadas que la Historia dio un brinco cualitativo hacia la inclusión de cualquier tema del pasado, abriendo y ampliando el estudio hacia algunos de los temas mencionados. Hoy, se entiende, todo es historia y todo es historiable; y las mujeres ocupan quizá el primer lugar en esa cruzada, como un acto de justicia.
Es por eso, que aquella imagen del gobierno de México haya sorprendido tanto en pleno siglo XXI, porque la omisión de las mujeres en ella es un atentado contra la memoria histórica, la equidad y la inclusión por la que tanto hemos luchado. Rescatar su presencia, descubrir y compartir las miles de historias de mujeres que están esperando ser contadas, ayudarían a tener, ahora sí, una visión más justa, completa e integral de nuestro pasado. Eso es lo menos que podíamos esperar del “sexenio más feminista de México”.
Sobre todo, porque las mujeres estamos más presentes que nunca en el escenario nacional. Somos el 52% de la población y seremos uno de los factores decisivos en las próximas elecciones federales, en las que es más que probable que una mujer sea presidenta del país. Ejemplo este del potencial que tenemos y que hemos alcanzado al romper el techo de cristal que por mucho tiempo nos limitó injustamente.
Esperemos que estas oportunidades se vuelvan extensivas para muchas más y, ahora sí, podamos empezar a vivir en un país donde no haya más mujeres sin historia, sin presente y sin futuro.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
Comments ()