El pasado 17 de enero, el expresidente Luis Echeverría Álvarez –LEA– cumplió 100 años y hoy, 9 de julio de 2022, se da la noticia de su muerte. Ignoro si llegar a esa edad haya sido una bendición o una maldición para él, y supongo que todo dependió de su estado de salud. La última vez que apareció en un espacio público, fue cuando se puso la vacuna contra el COVID en CU. Lo que es un hecho, es que, al cumplir su centenario de edad, se convirtió en el exgobernante de México más longevo y, seguramente, de los pocos mandatarios en el mundo que alcanzaron esa edad.
Mientras Raúl Velasco inventaba a finales de los años sesenta su famoso lema de “aún hay más” para el programa Siempre en Domingo, Echeverría se colgaba del mote “arriba y adelante” como grito de campaña para su candidatura presidencial. De una campaña que, sobra decirlo, era absolutamente irrelevante, pues Díaz Ordaz ya había decidido “destaparlo” mediante el famoso “dedazo”, para que ocupara la presidencia en el sexenio de 1970-1976, en un México donde se daba por sentado que ganaría el candidato del PRI.
El futuro del país estaba decidido y en él LEA –quien nunca había ocupado algún puesto de elección popular– se sacaba la lotería para dirigir los destinos de México por seis años, y lo haría con su muy particular “estilo personal de gobernar” como lo definiría el historiador Daniel Cosío Villegas.
De Echeverría se contaron chistes, anécdotas y puntadas, como aquella de que le pidió a Coca Cola la fórmula del refresco para producirlo en México, o bien, el solicitarle a la Madre Teresa apoyo para su candidatura al Premio Nobel de la Paz. Se creyó líder de los países del Tercer Mundo y ofreció, como es bien sabido, arreglar el problema de Medio Oriente.
Cambió el traje por la guayabera, imponiendo una nueva moda entre los burócratas, mientras que su esposa, Esther Zuno, se vestía de china poblana u otros trajes típicos mexicanos para los diferentes eventos sociales que atendía como primera dama (en su velorio, “lució” incluso un traje de Tehuana), y “recibían” a los invitados con aguas frescas. En algún momento, Doña Esther tomó la escoba para barrer e invitó a la población a hacer lo propio y no esperar a que “papá gobierno” les resolviera todo.
Dejando atrás lo anecdótico, Echeverría vivió marcado por los sucesos del 68 –por los que fue acusado de genocida– y por los del Halconazo del 10 de junio de 1971, que ocurrieron durante su sexenio y que demostraron su complicidad –si no responsabilidad– en la matanza de Tlatelolco. Los universitarios vengarían de alguna manera aquel agravio asestándole un “tepalcatazo” en la cabeza durante una visita que hizo a Ciudad Universitaria en 1975, de donde tuvo que salir corriendo para no ser lapidado por los estudiantes, a quienes, ante sus reclamos, osó decirles “fascistas”. De triste recuerdo es también su intervención en los asuntos internos y “golpe” al periódico Excélsior, que reclamaba en aquellos años una mayor libertad de prensa.
Si en los derechos humanos no le fue bien a Echeverría, en lo económico le iría pésimo. Entre otras cosas, con él se dio por terminado el Milagro Mexicano; el gobierno se excedió en la estatización de las empresas ocasionando que el gasto público se disparara y, dadas las presiones sobre el peso, se abandonó el sistema de tipo de cambio fijo estableciéndose uno de flotación controlada, con lo que la moneda nacional se devaluó frente al dólar al pasar de $12.50 a $22. Y quizá en una de sus peores decisiones, dispuso “heredar” la presidencia a quien fuera su gran amigo: José López Portillo, que terminaría por dar la estocada final a la ya endeble economía mexicana.
Algún acierto tuvo Echeverría en política exterior, como el impulsar y lograr que la ONU adoptara la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados en aras de lograr un orden económico mundial más equilibrado. Asimismo, cuando los militares dieron el Golpe de Estado a Salvador Allende, el gobierno mexicano ofreció asilo a cientos de chilenos que fueron bienvenidos en este país, y lo mismo hizo con argentinos y exiliados de otros países latinoamericanos.
A este personaje tan folclórico, como lo fue Echeverría, le tocaría recibir a la reina Isabel II de Reino Unido en lo que, me parece, fue la primera visita de un monarca a tierras mexicanas en toda la historia. Coincidentemente, ambos personajes seguían vivos hasta este 2022 –él con 100 y ella con 96–, habiendo un abismo en lo que sobre ellos se podrá contar. Por cierto, que Echeverría también aprovechó su paso por la presidencia para viajar y viajar, pero, sobre todo, para hablar y hablar.
En su megalomanía, seguramente pensó en trascender como un presidente excepcional. Él podía imaginar o desear lo que quisiera porque, al final, la realidad se terminó por imponer y la historia lo puso en su lugar dándole el sitio que merece. Así pasa con esto de la Historia, que recupera no lo que uno desea, sino lo que las evidencias y las fuentes revelan.
Luis Echeverría fue un presidente demagogo y populista, al que se le recuerda por su mal actuar en lo político y peor en lo económico, pero, sobre todo, se le evocará siempre como un asesino que ordenó matar a decenas de estudiantes.
@LillianBriseno
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