El pasado 21 de enero, el presidente Andrés Manuel López Obrador ingresó al Hospital Central Militar para un cateterismo, de rutina según se informó, subestimando el hecho que implicó una intervención quirúrgica que involucra al corazón.
Tras su salida, y quizá como respuesta a las múltiples especulaciones que se hicieron sobre su salud, el Presidente -avejentado- apareció en un video, en el que, además de asegurar que se encontraba bien, nos informó: “tengo un testamento político, no puedo gobernar un país en un proceso de transformación, no puedo actuar con irresponsabilidad, además con estos antecedentes del infarto, la hipertensión, mi trabajo que es intenso, sin tener en cuenta la posibilidad de una pérdida de mi vida. ¿Cómo queda el país? Tiene que garantizarse la gobernabilidad. Entonces, tengo un testamento para eso, afortunadamente no va, creo yo, a necesitarse y vamos a seguir juntos”.
AMLO tiene 68 años y fue imposible para mí no hacer una comparación con Joe Biden, quien asumió la presidencia justo a los 78 años, con un horizonte de cuatro años por delante para terminar su periodo presidencial y la opción, que legalmente puede tomar, de una reelección por cuatro años más. Podría dejar, pues, el poder a los 82 u 86 años respectivamente. Hablamos del Presidente del país más importante del mundo, con presiones políticas, económicas y sociales que rebasan por mucho sus fronteras, por las propias circunstancias de ese país y el peso que sus decisiones tienen sobre el planeta. Con una probabilidad mucho más alta que la de AMLO de morir, Biden no ha anunciado ningún testamento ni transmitido a su población una imagen de decadencia, vulnerabilidad o debilidad.
De nueva cuenta, me queda claro que López Obrador aprovecha la tribuna para enviar un mensaje a la población subrayando su trascendencia transexenal (histórica que tanto le preocupa). Él, como el gran Tlatoani que es, ofrece “garantizar la gobernabilidad”, aún en su ausencia, a través de su testamento político. Y, al hacerlo, se pasa de nuevo por el arco del triunfo a las instituciones y a la Constitución de México, que tienen previsto en su artículo 84, que “En caso de falta absoluta del presidente de la República, en tanto el Congreso nombra al presidente interino o substituto […] el Secretario de Gobernación asumirá provisionalmente la titularidad del Poder Ejecutivo”. Me queda claro, también, que AMLO es un mago para manejar y manipular la agenda pública, y llevar siempre la conversación a los temas que él decide.
No obstante, tres cosas me saltan a la cabeza a partir de las declaraciones de AMLO. Por un lado, me preocupa la salud del presidente. Creo que, sólo estando muy consciente de su propia vulnerabilidad, se hubiera atrevido a hacer este testimonio en el que expone la posibilidad de su muerte o “si así lo dispone o lo sigue disponiendo el Creador, la ciencia, la naturaleza” aguantar hasta el 2024. Desde mi punto de vista, y al margen de que no deseo la muerte de nadie, creo que éste sería el peor escenario para el país. AMLO ganó para ser presidente seis años y lo ideal es que así sea. Que termine su sexenio y un nuevo proceso democrático decida sobre quien ocupará el ejecutivo después.
Por otro, creo que, al hacerlo, además de un acto de honestidad sobre su estado de salud -de lo que no tendríamos por qué dudar- no sé si AMLO tuvo conciencia de que, al final, proyecta en realidad una imagen debilitada de sí mismo. A nadie le gusta tener por líder a alguien “tocado”. Todos sabíamos que en 2013 el presidente tuvo un infarto, y hace poco hubo sospechas de que le pudo haber dado otro evento médico. Hoy, aunque se minimice su ingreso al hospital, se hizo evidente que los problemas cardiacos continúan. Tenemos pues, un Presidente enfermo.
Finalmente, y esto me parece más preocupante aún, es que este testamento sea la evidencia que todos esperaban, de que AMLO no pretende soltar el poder en el 2024. Ya sea poniendo en su lugar a quien él pueda manipular o, como es el caso que nos ocupa, asegurando la continuidad de su ̈movimiento” que para él constituye, desde su narcisismo, su gran legado a México.
@lillianbriseno
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