Por Lillian Briseño
Mucho se ha hablado últimamente sobre los nuevos libros de texto, a los que algunos han tildado de comunistas, como si esto fuera el máximo pecado del mundo. Como si viviéramos aún a principios del siglo XX, cuando esta filosofía casi se asociaba falsamente con prácticas diabólicas. Los comunistas/socialistas “no creen en dios”; “se comen a los niños”; “pervierten a la gente”, se decía, imaginando escenarios catastróficos para las infancias.
Las reacciones actuales a los libros de texto, nos remite forzosamente a lo que pasó hace casi un siglo en este país, cuando en 1934 se modificó el artículo 3º constitucional y se estableció que la educación que impartiera el Estado debía ser socialista, obligatoria y gratuita. Esta decisión fue la cereza del pastel de los muchos cambios que se venían impulsando desde el gobierno tras la guerra civil y que a algunos sectores del país les puso los pelos de punta.