Lo recuerdo muy bien, y sí, era en la mera época del priismo desbordado. El país presumía de una paz y estabilidad que, comparadas con lo que sucedía en el resto del mundo, hacía de esta nación el paraíso. Europa sufría aún las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial; la Guerra Fría dividía al planeta entre los intereses soviéticos y estadounidenses, y amenazaba con destruir a la humanidad, mientras América Latina se sumía en dictaduras militares. Sí, México parecía un buen lugar para vivir. Eran los años 70, divididos entre el fin del Milagro Mexicano, la crisis y aquello de “hay que aprender a administrar la abundancia” por el descubrimiento de grandes yacimientos petroleros. La población se había prácticamente duplicado en las últimas dos décadas, al pasar de 25 a 50 millones, reflejada en la cantidad de niños que nacían y crecían en el país. Muy importante esto último, pues justo en los 40 apenas lograba sobrevivir uno de cada dos bebés (sí, muy fuerte este dato).
Para que se pudiera dar este brinco en la esperanza de vida hubo grandes descubrimientos médicos, entre ellos, la penicilina (1928) y el desarrollo de las vacunas, cuyo origen se remonta a finales del siglo XVIII en Europa con el doctor Jenner y su llegada a América con el doctor Balmis en 1804. Las vacunas y la penicilina se convertirían en hitos que cambiarían la historia de la humanidad: la penicilina para contrarrestar las infecciones y las vacunas para prevenir o erradicar –en el mejor de los casos– algunas enfermedades.
Evidentemente, yo no sabía nada de esto ni de lo que sucedía más allá de mi entorno infantil, pero lo que sí recuerdo con toda claridad es que, una vez por año, se nos hacía llegar una “circular” que los padres debían firmar en la que se pedía autorización para aplicar la vacuna que correspondiera. Y así, con permiso en mano, se fijaba un día en específico para que todo un contingente de personal del sector salud acudiera a las diferentes escuelas a vacunar a los niños. En mi caso, y la verdad no sé por qué, tengo muy presente el hacer cola para que, llegado el momento, se me administrara la dosis debida. He preguntado a otras personas sobre esta situación y coinciden conmigo: a todos los niños nos vacunaban en los colegios. Ignoro si había alguno a quien sus padres decidieron no vacunar, pero supongo que todos hacían lo que los míos: dar por buena la información, aceptar que era para algo positivo y permitir que se les aplicara.
Con campañas como esta se logró erradicar o controlar enfermedades como la viruela, polio, tétanos, sarampión o rubéola. No sé si aún se hacen este tipo de cruzadas en las escuelas; sé que con mis hijos no fue así y que, a partir de los 80, es en la Cartilla Nacional de Vacunación donde queda constancia de las diferentes vacunas que todos los niños de México deben tener y que hasta hace poco se podían conseguir de manera más o menos fácil en los centros de salud. Al menos en lo que corresponde a salubridad, las políticas públicas en aras de lograr la vacunación universal habían sido de lo más exitosas en el pasado.
Hoy la historia es diferente, y todos sabemos que si ha habido un área en particular que ha sido golpeada por el gobierno de la 4T es el sector salud. Una serie de malas decisiones, agravadas por la llegada del Covid, trajeron como consecuencia una crisis que se refleja en la falta de medicamentos en general y, muy dolorosamente, en los oncológicos, que ha dejado sin tratamiento a niños y adultos. Algunas vacunas, como la del sarampión, escasearon, lo que ocasionó que hubiera nuevos brotes de la enfermedad.
En este contexto, hoy se suma otra decisión muy, pero muy cuestionable, que es la de no administrar la vacuna contra el Covid a los niños. El propio secretario de Salud afirmó que no vacunaría a sus nietos, y convirtió así esta decisión personal en una política pública que desdeña a la ciencia y todo el trabajo de investigación que existe detrás la vacunación. Increíblemente, hubo más visión hace 200 años para inocular a los niños, que en pleno siglo XXI.
Es por eso por lo que hoy nos toca a todos levantar la voz y denunciar que la negativa a aplicar la vacuna a niños es un acto criminal. Máxime en esta variante ómicron, que está contagiándolos, dejando atrás la hipótesis de que esta población era inmune al Covid.
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