Por Linda Atach
Tu homosexualidad es hermosa, tu negrura es hermosa, tu compasión, tu comprensión, tu lucha por la gente que es diferente a ti es hermosa.
Beyoncé.
El mes del orgullo es mágico y poderoso. Basta salir a la calle o scrollear en Instagram para encontrar cada vez más fachadas y perfiles pintados de colores, tiendas y bancos celebrando el mes LGBT+ o líderes que hacen uso de la lucha y gritan las consignas de la marcha. Lo cierto es que más allá de la fiesta, el arcoíris y la optimista creencia de que vamos para delante en el campo de los derechos humanos y la equidad, es urgente asumir la realidad y actuar en coincidencia.
Como observadora respetuosa de la diversidad, me preocupa mucho que, no obstante la eliminación de la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales de la OMS en 1990 y la transexualidad en 2018, detrás de la fulgurante celebración y la justificada euforia de las comunidades LGBTTTIQA+, la discriminación siga creciendo y sólo después de Brasil, México sea el segundo país en el mundo con más crímenes de odio por preferencias sexuales y 7 de cada 10 personas pertenecientes a la diversidad, hayan sufrido algún tipo de discriminación en su vida como el rechazo, la violencia y la muerte.
¿Qué sucede al interior de un ser humano para desprecie o le quite la vida a otro por el sólo hecho de que su sexo biológico no coincide con su identidad de género? ¿Cuánto dolor y qué traumas puede albergar una persona que insulta y golpea a una pareja de hombres besándose o se niega a aceptar que dos mujeres puedan amarse?
No hay más respuesta que el odio. A estas alturas, más que bajar la guardia porque la libre expresión de género de las personas LGBTTTIQ+ haya dejado de entenderse como “una enfermedad mental”, deberíamos analizar el daño psicológico de quienes discriminan y estudiar más acerca de origen del odio que pone en riesgo su integridad y la de su familia cuando atenta contra la vida de un individuo que existe de la manera en que ha elegido.
Siendo justos, violentar a un joven gay o dejar de contratar a una mujer trans, sí debería de ser visto como una desviación. Acciones como esas son muestra de la inconsciencia y una furia que no admite razones porque sale de las vísceras y la ignorancia.
Así, al meditar en la naturaleza del individuo y en las dinámicas que fundamentan a la familia como la base angular de cualquier grupo, me cuesta todavía más trabajo comprender que en muchas ocasiones sean los mismos padres quienes le dan la espalda a sus hijos en el complejo proceso de identificar lo que experimentan y salir del clóset. Al final, el orgullo empieza en la casa.
Hoy, en pleno Siglo XXI y con leyes que protegen los derechos de las infancias LGBT+, como la que garantiza el acceso a niñas, niños y adolescentes al ejercicio del derecho a la identidad de género en igualdad y sin discriminación, es increíble que todavía existan pequeños y jóvenes que soportan el infierno del desamor de sus propios padres o madres por que ya no se acomodan en los límites impuestos por su sexo. Bastante difícil ya es salir del clóset, para además toparse con el desprecio, los rezos o las invitaciones a buscar un tratamiento psicológico o terapia capaz de “curar el error”. Lo que ellos necesitan es comprensión y empatía.
En pleno mes del orgullo y en honor a la lucha de tantos y a los avances legislativos para una vida libre de violencia, más humana y digna para la diversidad, pido a los padres y a las madres acompañar a sus hijos con amor. Para que la salida del clóset culmine en los festejos del orgullo y su marcha, los que eligen hacerlo atraviesan un proceso lleno de dudas, pero también de esperanza.
Manifestarse como lo que son es el primer paso de las personas LGBTTTIQA+ hacia su libertad y merecen hacerlo con la certeza de que no serán rechazadas por quienes más deberían amarlos. Facilitemos su camino.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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