Por Linda Atach Zaga

“Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple la palabra dada, que obra con rectitud; pero la experiencia nos demuestra, que son precisamente los príncipes que han hecho menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con 

su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, 

los únicos que han realizado grandes empresas.”

Maquiavelo

Para afianzar el poder, los líderes se valen de una infinidad de herramientas. Así, en la historia del poder encontramos a los grandes maestros en la oratoria, a los expertos en la propaganda, a los que pasan por encima de la justicia para imponerse por la fuerza, pero también a los que ocupan su carisma para impactar y generar la lealtad de sus seguidores. 

AMLO se distingue por la maestría en todas estas facultades. Nadie cómo él para hacerse querer y salir airoso de errores y dificultades. Como uno de los presidentes más populares en la historia nacional, el nuestro conoce muy bien la forma de mantenerse en el corazón de las masas, aunque lo haga a través de sembrar la disconformidad y la división. 

Como genio comunicador, López Obrador ha persuadido a la mayoría para justificar cada una de sus decisiones, algunas tan dañinas como privar al país de un aeropuerto digno, invertir en energía sucia, militarizarnos o gastar para un tren que hasta hoy no se encarrila. 

En el entendido de que “en la guerra, la política y el amor todo se vale” el elocuente y negado a la crítica Andrés Manuel, atentó en contra de los principios que lo llevaron a la victoria y desarticuló a la oposición, también relevó del poder a muchas mentes pensantes, además de censurar y amenazar periodistas e incluso poner “en pausa” -sin otra consecuencia que la de la misma ofensa- las relaciones con el vecino más relevante y necesario en el futuro de México. Lo curioso de esta larga lista de errores es que, hasta hoy, la mayoría de los mexicanos le perdona todo y hasta lo aplaude ¿Será siempre así? 

Habrá que pensar en lo que pasará cuando AMLO se vaya a descansar a Palenque: ¿Procederán las investigaciones que lo involucran? ¿Lo alcanzará la justicia? ¿Se darán cuenta los que hoy lo aclaman, el daño que les ha hecho?

Entre 1976 y 1982 reinó en México uno de los gobernantes más autoritarios y célebres de los que haya memoria. Alumno republicanos español y catedrático en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, José López Portillo provenía de una tradición presidencialista y controlaba un país en donde ese “estilo personal de gobernar” era la norma. Lo curioso es que, a pesar de haber impulsado proyectos que a la larga cambiaron el orden y combatieron el autoritarismo, López Portillo pasó a la historia por su golpe final, la nacionalización de la banca. 

Por norma general, el error anula el acierto. A pesar de los aplausos en un último informe de gobierno que prefirió el auto elogio al compromiso e insistió en seguir con su golpe final a la justicia y la democracia, pocos mexicanos jóvenes saben que AMLO llegó al poder porque José López Portillo aprobó la reforma política que Jesús Reyes Heroles le propuso en 1977 desde la Secretaría de Gobernación. 

A veces pienso que los electores de MORENA han olvidado que la democracia en México no es una tradición, sino una novedad que data sólo de poco más de dos décadas y que, además de ser el recinto parlamentario de México, el edificio Palacio Legislativo de San Lázaro se construyó para dar cabida a un aumento en el número de legisladores -mandado por la reforma de Reyes Heroles- el mismo que ha dado voz y representación a todas las fuerzas políticas del país desde 1979.

Ya nos dará la historia su visión de AMLO, aunque si sigue empeñado en borrar lo que queda de los órganos autónomos como el INAI e insistir en la Reforma Judicial, no habrá otra cosa que recordar de su sexenio. 

Ojalá recapacite.

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@lindaatachz

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