Por Linda Atach Zaga.
AMLO nos dejó un México ocupado en todo… Menos en la procuración de su propio bien.
Con la pregunta, ¿Qué opción piensa usted que sea mejor para el país?, en lugar de concentrarse en detener el mal y la impunidad, el presidente nos distrajo con el debate de la cancelación del aeropuerto de Texcoco, la revocación del mandato, la suspensión de la planta de Constellation Brands y 4000 empleos perdidos, además de la debatida y muy criticada Reforma judicial concretada por su sucesora.
Si hoy se repitiera la misma pregunta y los mexicanos pudiéramos expresar qué es lo mejor para nuestro país, no habría uno solo que dejara de responder que lo único que esta tierra necesita es seguridad, saber del paradero de sus desaparecidos y si viven o están muertos, para continuar con su búsqueda o llorarlos con dignidad.
El hallazgo de los crematorios ubicados en un rancho de Teuchitlán, en Jalisco, sobrepasa todo el entendimiento del desastre que ha generado esta maquinaria del mal. Las cartas de despedida, los zapatos, los cráneos calcinados y los casquillos de bala que avalan lo que sucedía en el municipio y que seguramente se replica en partes del país, son muestra de la colusión y el colapso del orden. Porque hacerse de la vista gorda es estar coludido.
Esta vez fue el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco el que reveló la carnicería. Seguramente, los campos de muerte que se descubran más adelante aparecerán bajo el escrutinio de otros colectivos y militancias porque el poder no tiene la menor intención de revelar su descuido.
Dado el debate y el horror que el evento ha suscitado, me llama la atención la comparación de los hallazgos de Jalisco con lo que Hitler implentó durante la Segunda Guerra Mundial para eliminar sistemáticamente a seis millones de judíos y más de cuatro millones más de seres humanos integrados por gitanos, romaniés, presos políticos, disidentes, comunistas, homosexuales, personas con discapacidad e incluso de color, que perdieron la vida por que un tirano decidió que no la merecían por ser diferentes.
Como bien sabemos, el Holocausto se instrumentó gracias a la legislación de una teoría racial fundamentada en la discriminación, la degradación y la deshumanización fortalecidas por las raciales Leyes de Nuremberg y la idea de que una mentira contada mil veces se vuelve verdad.
Acuñado por el abogado judío Rafael Lemkin para describir la masacre perpetrada en 1915, de un millón y medio de armenios en el ya agonizante Imperio Otomano y de la de Hitler se atrevió a comentar: “¿Y quien se acuerda de los armenios?”, el término genocidio es reconocido como un delito a nivel internacional y tiene una definición legal específica que refiere a los actos cometidos con la intención de destruir, de manera total o parcial a un grupo étnico nacional, racial o religioso.
La comparación de los crematorios de Auschwitz-Birkenau con los de Jalisco, puede equipararse por el hecho de que ambos ponen de manifiesto el desprecio por la vida. Si bien, y a diferencia de los aparatos de muerte alemanes, la masacre nacional exhibe la falta de estado de derecho que reina en el país y un crimen que al gobierno se le ha salido de las manos.
Lo más terrible es que el cotejo deja a México muy mal parado. Lo afirmo porque Alemania pagó su error con la más humillante de las derrotas, la división y la vergüenza pública que todavía la acompaña, al tiempo que nuestro país sigue impune, sin claridad y sin pena. Por eso vive sin corazón y cada vez siente menos el dolor de los suyos.
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