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Por Linda Atach
"No te acerques a mí, hombre que haces el mundo, déjame, no es preciso que me mates. Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren de algo peor que vergüenza. Yo me muero de mirarte y no entender.”

Rosario Castellanos 

Este texto está dedicado a México y a sus mujeres. Lo escribo inspirada en una escultura que no había visto jamás: la típica figura con la que uno se atraviesa a diario sin dedicarle una sola mirada y que de pronto -y casi por error- nos maravilla convirtiéndose en un hallazgo repleto de significado. 

Como otras veces, mi historia nace en el tráfico de Reforma y no tendría nada de original, salvo que el día que yo ahorraba tiempo circulando por el carril prohibido, era el lunes 3 de junio y, como todas las mexicanas, -partidarias o no de Claudia Sheinbaum - me sentía poderosa y agradecida por la elección de la primera mujer presidenta en la historia de México.

Avanzaba perfecto entre la Diana y el Ángel hasta que un alto me hizo voltear a la derecha y verla. Mi apego con la obra fue intuitivo, casi natural. De cobre recubierto con pintura negra, la pieza representaba una alegoría de la nación. Sencilla en sus formas, más decorativa que artística, se completaba con un título atrevido y valiente “En honor a las mexicanas anónimas forjadoras de la Patria”.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.