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Por Loreley Maldonado

Hace dos semanas falleció mi hermana Yola, la más cercana, mi confidente, mi amiga y mi segunda madre. El dolor de su partida por supuesto que ha impactado mi vida y con ello mis actividades profesionales. Tomé algunos días que me permitieron transitar un poco por la pérdida, descansar y repensar todo lo que pasa en la vida de un momento a otro. 

 

Lo primero que concluí en mis noches y días de introspección fue que, por cruel que se escuche, el mundo no para, nada se detiene, todo avanza y, para quienes lidiamos con un duelo, es hasta injusto que todo siga su ritmo. 

 

Lo segundo que concluí es que no importa que seamos ejecutivos, líderes, cabezas o integrantes de un equipo, antes que nada somos personas y como seres humanos se vale romperse, aunque no nos demos ´chance´ de hacerlo, es necesario.

 

Las pérdidas, sea cual sea su denominación, también son excelentes oportunidades para la reflexión y el crecimiento personal e, incluso, profesional. Ante la pérdida aflora la fragilidad y también la fortaleza.  

 

¡Qué gran capacidad de las mujeres que nos permitimos sentir, llorar, reír! Darnos los espacios necesarios, mostrar nuestra vulnerabilidad, defender nuestro derecho a bajar la guardia y a alejarnos un poco de nuestros compromisos profesionales para recomponernos y volver al juego...o no. 

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Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.