Por Lourdes Encinas
La imagen no puede ser más clara: Donald Trump asumiendo su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, acuerpado por la élite de Silicon Valley, antes incluso que los miembros de su gabinete: Elon Musk (Space X/Tesla/X), Sundar Pachai (Google), Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta), Shou Zi Chew (TikTok), Sam Altman (OpenAI) y Tim Cook (Apple).
Esta nueva oligarquía de multimillonarios tecnológicos, con su inmenso poder e influencia sobre el actual gobierno estadounidense, representa un serio riesgo para la democracia, los derechos civiles y la lucha contra la desigualdad. Este peligro fue señalado por el expresidente Joe Biden en su mensaje de despedida, así como por diversas figuras políticas, analistas y pensadores a nivel mundial.
Aunque la convergencia entre poder político y económico no es nueva, la adición del dominio tecnológico corporativo constituye uno de los mayores desafíos para los sistemas democráticos, especialmente en un momento de gran fragilidad frente al avance de movimientos autoritarios en diversos países.
Donald Trump y Elon Musk representan una inquietante fusión de autoritarismo y un capitalismo tecnológico sin límites, un fenómeno que puede ser calificado como "tecnofascismo". Aunque no hay una definición universalmente aceptada, se puede entender como una forma de control social y político que utiliza herramientas tecnológicas para ejercer poder sobre la población.
Trump desde la política y Musk desde el ámbito empresarial tecnológico, comparten una visión del mundo donde el poder se concentra en las manos de "hombres fuertes" que supuestamente saben mejor que nadie qué es lo mejor para la sociedad.
Hago énfasis en “hombres”, porque su discurso promueve la masculinidad dominante. Por ejemplo, Zuckerberg dijo recientemente en una entrevista que las empresas necesitan más “energía masculina” y que la cultura corporativa debe “celebrar un poco más la agresividad”.
Esto ocurrió días después de que Meta anunciará la cancelación de su programa de verificación de datos por ir en “contra de la libertad de expresión”, medida que se suma a los cambios implementados por Musk tras adquirir Twitter, que debilitaron la moderación de contenido y favorecieron la proliferación noticias falsas y de teorías conspirativas que también favorecieron el proyecto trumpista.
Si algo hace especialmente preocupante esta alianza entre autoritarismo político y poder tecnológico es su capacidad para crear ecosistemas cerrados de información, que se convierten en cámaras de eco que amplifican voces extremistas y normalizan discursos anteriormente marginales. Los xenófobos, homofóbicos, machistas, fascistas, nazistas, etc. ya no se esconden, se promueven en esas plataformas.
Antes desfiles, ahora algoritmos
A diferencia del fascismo tradicional, el tecnofascismo no necesita uniformes ni desfiles militares, opera a través de algoritmos, manipulación de datos y control de la información, con una gran capacidad de penetración social. Sus líderes no se presentan como dictadores tradicionales, sino como visionarios y "disruptores" que prometen soluciones tecnológicas para resolver problemas sociales complejos.
La narrativa que comparten Trump y Musk es similar: ambos se presentan como outsiders que luchan contra un sistema corrupto y decadente, sólo ellos pueden "salvar" a la sociedad de sus problemas y recuperar una grandeza perdida (aunque sea imaginaria), ya sea construyendo un muro o colonizando Marte.
Esta alianza no es casual ni inocente, representa una peligrosa fusión de intereses que amenaza con convertir a las sociedades en sistemas de control altamente sofisticados y menos democráticos, donde el pensamiento crítico y el debate racional se volverán cada vez más difíciles.
Una de las consecuencias más preocupantes del regreso de Trump al poder, respaldado por su corte de tecno bros, es que podría acelerar el surgimiento de figuras y movimientos similares en otras regiones, además de radicalizar discursos de odio que fomenten enfrentamientos entre las personas.
Nos encontramos en un momento delicado en el que la tecnología, lejos de cumplir su promesa inicial de promover la liberación y la democratización, se está convirtiendo en una herramienta de manipulación, control social, deterioro institucional y reducción de libertades, que afecta a todas las sociedades por igual.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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