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Los ataques a mujeres periodistas cada día son más amplios, mutantes, evidentes y agresivos. Baste decir que apenas este domingo Reforma daba cuenta del premio del concurso de ensayo otorgado por el Centro Nobel de la Paz en Oslo, Noruega, a la joven Natalia Sobrino-Saeb, una mexicana de 21 años que escogió como tema la violencia contra periodistas en México y los riesgos que el ejercicio de la libertad de expresión conlleva, cuando ya hoy mismo ha sido blanco de ataques, denostaciones e innumerables insultos en redes sociales. Por expresarse. Por describir la realidad. Por opinar.

También, este lunes El Universal publicó cómo la Alianza de Medios MX documentó las circunstancias y el contexto en el que fue asesinada a balazos la periodista María Elena Ferral, y a esto se suma, tristemente, la noticia del asesinato de la periodista tijuanense Lourdes Maldonado, quien en una mañanera denunció que temía por su vida y dio detalles de su situación, sin que los protocolos de protección del gobierno federal pudieran evitar su asesinato.

Quiero aprovechar este espacio colaborativo, concebido y concretado por mujeres, para señalar otra forma de aniquilación de mujeres periodistas que se suma a las anteriores. Más sutil, menos cruenta al principio, pero sin duda igual de grave para las mujeres que nos dedicamos a esta profesión. Una forma de agresión que he vivido en carne propia: el intento para aniquilar mi credibilidad, terminar con mi honor como periodista y mi valía como madre, lo que busca devaluarme por el solo hecho de ser mujer. Character assassination, le llaman en inglés. Es otra forma de eliminar el impacto e influencia que les periodistes tenemos para evitar que estorbemos al poder político y económico. Sí, me refiero a las mentiras de Emilio Lozoya contra mí, con las cuales buscó acabar con mi credibilidad y, de hecho, por su difamación, entre otras muchas cosas, perdí mi trabajo con Radiópolis, a pesar de vivir en un país donde existe la presunción de inocencia como principio rector.

Y es verdad, mi reivindicación como mujer y periodista la he abrazado como una causa, pero no como mi causa solamente. No sólo estoy luchando por recuperar mi voz, mi credibilidad, sino por la de todas las mujeres que a diario, al ejercer nuestro maravilloso oficio, lidiamos con el poder político y económico en un país profundamente machista en el que diariamente nos topamos con obstáculos, maltrato y menosprecio por el solo hecho de ser mujeres.

En esencia, Emilio Lozoya presentó una denuncia de hechos que jamás podrá probar en contra de 17 personajes públicos: 16 hombres y una mujer periodista: yo. En sus mentiras atribuyó actos de corrupción a diestra y siniestra por millones de pesos que supuestamente se repartieron entre hombres de poder. En cambio, su machismo y su misoginia lo llevaron a pensar que con una bolsa y pagarle la colegiatura a mi única hija era suficiente para que alguien pudiera callarme la boca o decirme qué escribir. Hasta cuando se miente puede haber violencia de género. Es el precio que me puso como mujer y periodista, y por ello, a pesar de ser una madre soltera que trabaja y escribe todos los días en distintos medios, quedé reducida socialmente a Lady Chanel. Esa no soy yo, eso no soy yo, no estoy a la venta y por eso iré hasta las últimas consecuencias en los tribunales.

Es un hecho que la FGR pidió prisión preventiva justificada contra Lozoya por la presión social y mediática que generó la foto que le tomé mientras cenaba en el Hunan de las Lomas. Lo que las autoridades no han tomado en cuenta es que esa foto fue un acto de rabia, impotencia y frustración como víctima del delito de falsedad y por el tortuguismo del sistema judicial para reivindicarme en el daño moral sufrido. Me planté ante mi agresor y lo fotografié para ver si así me creía el juez civil que él podía acudir al juzgado para ser interrogado por mi abogada. Es increíble que a la fecha, y a pesar de que como consecuencia de esa foto metieran a la cárcel a Lozoya, ni una sola autoridad se me ha acercado para ofrecer protección a mí o a mi familia.

La realidad es que Emilio Lozoya y la mayoría de los hombres de poder objetivizan a las mujeres como instrumentos o cosas para usar, desechar, callar o poseer. En su caso, baste ver lo que hizo con su propia madre, que está arraigada; su esposa, sin poder salir de Alemania, y su hermana, huida. Primero las utilizó y luego las dejó a la deriva. Tengan por seguro que las forzó a hacer, firmar y tornar sin explicarles nada, al pensar que jamás entenderían sus grandes y sofisticados negocios porque son cosas de hombres.

Sé que me falta un largo camino por recorrer. En este trayecto he conocido mujeres increíbles y en mucho peores circunstancias que yo. Cuentan conmigo. Hoy más que nunca estoy feliz de ser mujer, en estos tiempos donde el menor impacto puede hacer la diferencia. Estoy sumamente agradecida con Opinión 51 por dejarme contar parte de mi historia y aprendizaje en este medio tan importante y necesario.

@lumendoz

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